Merkel, Mas, Rosell y Esperanza Aguirre

Por si alguien albergase aún dudas de hacia dónde camina la Unión Europea, el Consejo celebrado la semana pasada debería haberlas disipado. Los acuerdos tomados muestran de forma palmaria la inviabilidad de la Unión Monetaria, al tiempo que dejan al descubierto la hipocresía que domina el discurso de los mandatarios europeos. ¿Cómo hablar de unión fiscal cuando los países del norte lejos de permitir que el presupuesto comunitario se incrementase para los próximos siete años, han forzado su reducción a ese nimio 1% del PIB, sin parangón con el presupuesto de cualquier Estado? Y no se alegue como excusa la austeridad porque de lo que se trata no es de aumentar el gasto público global sino de que las finanzas públicas, impuestos, servicios y prestaciones sociales estén más centralizados en Europa y no disgregados por países.

Merkel quiere los beneficios que el mercado único y la Unión Monetaria reportan a Alemania, aunque no parece dispuesta a que se establezca en Europa una verdadera unión fiscal que compense los desequilibrios regionales que producen. En eso se parece a Artur Mas que desea la independencia para Cataluña en materia de Hacienda Pública, pero pretende que los empresarios catalanes continúen usufructuando el mercado del resto de España. Los ricos, bien sean personas, regiones o naciones, llevan mal toda política redistributiva.

Los ricos odian al Estado y por eso Juan Rossell arremete contra los funcionarios. El presidente de la patronal coloca el origen de los problemas económicos de España en el excesivo número de empleados públicos que según él existen. El pufo de los bancos y de las constructoras no tiene importancia, como tampoco debe tenerla el que su antecesor en el cargo vaya a terminar en la cárcel, que su segundo en el mando, patrono de los patrones de Madrid, pague en dinero negro a sus empleados o que el deporte nacional de los empresarios de este país parezca ser corromper a los políticos, porque tan corrupto es el que se vende como el que compra. Bien es verdad que la corrupción tiene los días contados, ya que se van a encargar de eliminarla nada menos que Artur Mas en Cataluña y Esperanza Aguirre –que según dice abandonó la política– en el resto de España, dos conocidos adalides de la lucha contra las comisiones.

Al señor Rossell no le gustan los funcionarios. Prefiere que se externalicen los servicios públicos para que sus empresarios consigan pingües beneficios; se inclina por los hospitales y colegios privados como los que promueven Esperanza Aguirre e Ignacio González. Porque no se trata de gastar menos, sino de que el gasto pase por las empresas para que estas se apropien de un trozo de pastel, que siempre será cuantioso aunque tengan que hacer partícipes a las oligarquías políticas.

Los gobiernos centrales y autonómicos, de este color y del otro, han hecho siempre caso al señor Rossell (excepto cuando se trata de colocar a dedo a gente afín a su partido) y han estado prestos a externalizar los servicios, reducir el número de empleados públicos, incluso en aquellas funciones que son típicamente administrativas y sustituirlos por contratas o asistencias técnicas, sin duda más caras (algo tienen que ganar los empresarios) y donde el control resulta mucho más difícil.

El señor Rossell, como Merkel, como Mas y como Esperanza Aguirre, desea que haya menos funcionarios, es decir que existan menos servicios públicos (ellos no los necesitan); aunque lo que de verdad ansía es que haya menos impuestos, eso a pesar de que las estadísticas (las europeas) afirmen que España se encuentra a la cola de los países europeos en el número de empleados públicos por habitante, y que su presión fiscal es la más reducida de la Europa de los 15, por debajo incluso de Grecia y Portugal.

Pero es que al señor Rossell no le gustan las estadísticas. Participa de ese viejo aforismo que con cierta ironía circula por las redacciones de los periódicos: “No dejes que la realidad te arruine un buen reportaje”. No dejes que las estadísticas descubran la falacia de tu discurso, se dice a sí mismo el presidente de la patronal, y por eso arremete contra la Encuesta de Población Activa, homologada en Europa y una de las estadísticas más exactas en opinión de los expertos. Ese enorme número de parados, seis millones, molesta al señor Rossell no sea que alguien se dé cuenta de que las distintas reformas laborales implantadas han tenido los dos únicos efectos que cabía esperar, generar mucho más paro y beneficiar a los empresarios.