Lo que pone en
peligro las pensiones
Quieren
que nos alegremos de que hayan rebajado las pensiones y anunciado que en el
futuro cada cinco años se revisarán (es decir, se volverán a bajar) en función
de cómo se modifique la esperanza de vida. Sobre el discurso de las pensiones
se ha venido acumulando todo tipo de falacias. No es la esperanza de vida, ni
la pirámide de población, la variable estratégica a la hora de enjuiciar la
sostenibilidad del sistema, sino la renta per cápita.
Si ésta se incrementa, como es previsible -en los últimos 30 años se ha
duplicado- no hay ninguna razón para que un colectivo, los jubilados, cercano
al nivel de pobreza (el 77 % no llega a los 1.000 euros mensuales), no pueda
seguir teniendo la misma renta, e incluso mayor, incrementándose en la misma
proporción que la renta per cápita. El error está en
aceptar que las pensiones tengan que financiarse exclusivamente con las
cotizaciones sociales y que
Lo
que pone en peligro el sistema público de pensiones es una mentalidad que
denigra los impuestos, que destruye su progresividad, que reduce los gravámenes
sobre las rentas de capital y que permite la elusión fiscal de las grandes
fortunas y de las empresas. No deja de ser curioso que en un acuerdo que
pretende compararse con los Pactos de la Moncloa no se haya escrito una sola
línea sobre impuestos. Bueno, sí, para reducir las cotizaciones sociales bajo
el eufemismo de las políticas activas de empleo.
El
aumento de la esperanza de vida lo único que implica es que, tal como Galbraith
afirmó hace ya bastantes años, se precisará una redistribución de los bienes a
consumir a favor de los bienes públicos y en contra de los privados. Es decir,
que será necesario que progresivamente una parte mayor del PIB se destine a
pensiones, a sanidad y a gastos derivados de las situaciones de dependencia.
Pero nuestro país tiene un amplio margen para ello. Dedicamos a pensiones un 9
% del PIB, mientras la media de la Eurozona se sitúa en el 12%; Francia en el
13,3%; Italia en el 14,6%; Alemania en el 12,4%; Austria en el 13,8 % e incluso
Polonia y Portugal dedican un porcentaje mayor que el nuestro (11,6 y 13,1 %
respectivamente). Como se ve, nuestro sistema es altamente generoso y no puede
mantenerse.