El
espectro de Airtel
La noche del 7 de enero descubrí por
casualidad que no podía recibir llamadas en mi móvil. Marqué el 123, teléfono
de atención al cliente. Lo hice, eso sí, con mala conciencia, porque recordaba
lo que el día anterior en «Cartas al director» había escrito María Pilar
Montero: las condiciones de semiesclavitud en que se
desarrolla el trabajo de los teleoperadores y cómo
colaboramos a su explotación cada vez que usamos estos servicios. Pero no fue
un moderno ilota el que me respondió, sino uno de esos aparatos infernales que
me daba la bienvenida y me decía que «para mi comodidad" la llamada iba a
ser contestada por un sistema automático. Diálogo de besugos. Todo fue inútil.
Yo decía una cosa y la voz metálica contestaba otra. Al final, el artilugio se
debió de cansar, decidió pasar de mi comodidad, menos mal, y conectarme con una
operadora con nombre y número. ¡Qué alivio! La amable y sojuzgada señorita,
siguiendo sin duda la plantilla que le habían facilitado, me hizo el padrón.
Sólo le faltó preguntarme el número que calzaba. Consciente de la explotación a
la que mi interlocutora era sometida, contesté con amabilidad a todas sus
preguntas. Conclusión, daría el correspondiente parte.
Lo grave es que la escena se repitió al día
siguiente y en los días siguientes al siguiente. Mi móvil continuaba sin
funcionar como es debido. Yo, venga a llamar al 123 y venga a conectarse para
mi comodidad el sistema automático, y venga a hacerme de nuevo el padrón;
porque cada llamada era atendida como si fuese la primera. No quedaba rastro de
las anteriores y había que responder desde el principio a todas las preguntas.
Cansado, en algunas ocasiones pretendía, ingenuo de mí, que me pasasen con
algún responsable. No hubo forma. Airtel se reduce al
sistema automático y a las pobres operadoras, muralla infranqueable dispuesta a
desanimar cualquier reclamación.
Me pregunto si Airtel
existe. Los recibos mensuales y los descomunales beneficios que el BSCH ha
obtenido con la venta de su participación me indican que sí. El problema es que
se ha transformado en un espectro, inaccesible al común de los mortales. He
caído en la cuenta de que hay competencia y que puedo cambiar de compañía.
¡Gozo y alegría grandes! Así conseguiré que sea otra marca y otra sociedad las
que de forma parecida me tomen el pelo. Supremacía del consumidor, que
estudiábamos en economía.