Lo
que quiere el FMI para España
El Fondo Monetario
Internacional (FMI) acaba de divulgar nuevas previsiones de la economía
española para 2009. Pronostica una bajada de un punto del PIB, y corrige así su
estimación anterior, de hace tan solo un mes, consistente en el 0,7 por ciento.
Seguro que si cada mes cambia las previsiones es muy posible que acabe por dar
en la diana.
Este organismo
internacional dibuja, tanto a corto como a largo plazo, un panorama negro para
la economía de nuestro país. Por lo visto, solo ha encontrado un punto
positivo: la actuación de las entidades financieras que alaba por conservadora.
No le daría yo tal calificativo porque a ver cómo ha surgido el enorme
endeudamiento exterior de nuestra economía. Si a lo que se refiere el Fondo es
a que no se han contaminado de las hipotecas subprime
y demás títulos basura tiene razón, pero ello no es porque hayan aplicado una
política conservadora, sino porque era muy difícil que se contaminasen, ya que,
dado nuestro cuantioso déficit exterior, acudían a los mercados internacionales
no a comprar activos, ni buenos ni malos, sino a emitir pasivos, es decir, a
endeudarse.
En cuanto a la
política interior, no ha sido precisamente muy conservadora, pues han concedido
créditos, por ejemplo a las promotoras, basándose en el falso supuesto de que
las condiciones económicas no iban a cambiar nunca, y han ofrecido a los
clientes, principalmente a los particulares, una información equívoca sobre la
hipótesis de que los tipos de interés no iban a variar.
Ciertamente el
panorama económico de nuestro país no es precisamente halagüeño pero ello se
debe, en primer lugar, al enorme déficit exterior que vamos acumulando sin que
tengamos posibilidades de devaluar. Todos estos años anteriores hemos venido
creciendo a crédito y en esto, digo yo, que algo tienen que ver las entidades
financieras.
Lo peor del informe,
sin embargo, son las recomendaciones que ofrece para salir de la crisis que no
por esperadas dejan de ser absolutamente sectarias. Hablan de reformas en
profundidad que, en realidad, se concretan en la del mercado laboral para
dotarlo de más flexibilidad, abaratar el despido y que no se acepte la revisión
de sueldos según la inflación. Son recomendaciones que muy bien podía haber
dado la patronal.
Si por algo se
caracteriza nuestro mercado laboral es por una flexibilidad excesiva, con un tercio de los asalariados
con contratos temporales y una fuerte externalización de los servicios de las
grandes empresas que hace que una buena parte de sus trabajadores no figuren
como tal, sino como pertenecientes a la plantilla de otra empresa
subcontratada. La prueba mayor de la desregulación que afecta al mercado de
trabajo es la facilidad y rapidez con la que la contracción de la actividad se
trasmite al empleo, incrementando el paro.
Resulta difícil
mantener que el despido es caro en nuestro país cuando se puede prescindir de
la tercera parte de los trabajadores sin coste alguno, simplemente no
renovándoles el contrato. El despido que quieren abaratar es el improcedente,
es decir, el que no tendría que existir, el que se realiza sin ningún motivo o
razón y causado exclusivamente por la voluntad del empresario. Menos
justificación tiene aún la petición de que los salarios pierdan poder
adquisitivo. Si algo está claro en esta crisis es que la culpa no es de los
trabajadores.