Financiación público-privada
De nuevo, el Gobierno pretende
cuadrar el círculo y, en esta ocasión, con el aplauso de toda la clase
empresarial. Por una parte, se desea mantener la inversión pública y salvar a
las constructoras, pero, por otra, no se quiere incrementar el déficit público.
Han ideado –según dicen– una “fórmula novedosa”. “La
mayor estrategia de financiación público privada de la historia”, anunció el
presidente del Gobierno. A mí, con todos los respetos, me parece que han
descubierto el Mediterráneo. Desde que se impuso el pacto de estabilidad, todos
los países han tenido la pretensión de burlar la limitación del 3% mediante
formas más o menos ingeniosas de contabilidad creativa. La primera nación que
se adentró en este camino fue Alemania, con lo que se ha llamado el contrato de
abono total, que consiste en que el pago se realiza de una sola vez al final de
la obra; eso sí, englobando los correspondientes intereses, desde luego
bastante más elevados que los que hubiera podido conseguir para financiarse el
Estado.
La asociación público privada que
ahora nos presenta el Gobierno no representa ninguna novedad. Es tan antigua al
menos como las autopistas con peaje en la sombra de Gallardón
o los hospitales de Esperanza Aguirre. Cuando la izquierda se mete a innovar
termina coincidiendo con
El ministro de Fomento, continuando
con los descubrimientos, declara que este sistema permite distribuir la carga
entre las generaciones futuras, que son las que van a recibir los beneficios.
¿Es que acaso no ocurre lo mismo cuando las inversiones se financian con deuda
pública? ¿Es que no es igual deber a las constructoras que a los bancos o a los
tenedores de títulos de deuda? En cuanto al riesgo, se quiera o no, siempre
termina en el Estado, tal como estamos viendo con las concesiones para el
mantenimiento de las autopistas de primera generación o con las radiales de
peaje. En todas las amalgamas entre el sector público y el privado, las
pérdidas son para el primero y las ganancias para el último. No es de extrañar
que “la fórmula novedosa” fuera acogida con alborozo y júbilo por todas las
constructoras.