La
crisis económica y la de gobierno
“En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Unos atribuyen esta
frase a San Ignacio y otros a Santa Teresa. Lo cierto es que Zapatero no la ha
tenido muy en cuenta; ha decidido, en plena crisis económica, realizar también
su particular crisis ministerial. Es más, ha querido justificar esta última por
la primera, incluso apelando a una supuesta reducción de ministerios que
después no se ha llevado a cabo, más bien a la inversa, se ha incrementado el
numero de vicepresidencias.
Resistiré la tentación de referirme a los nuevos ministros. En
realidad, da lo mismo unos que otros; si se considera la enorme depauperación
intelectual y técnica de la clase política, no hay mucho donde elegir. Me centraré
exclusivamente en el hecho del cambio. Sólo el total desconocimiento de la
Administración puede hacer pensar que un cambio de ministros va a imprimir un
mayor ritmo en la lucha contra la crisis económica. Lo que ocurre es lo
contrario. Los ministerios se paran hasta que el nuevo titular y los altos
cargos, que suelen seguirles en el relevo, comienzan a aterrizar y a enterarse
de qué va la función; eso si no les da por modificar todo lo que ha hecho el
precedente.
Pero, con todo, lo más pernicioso no es el cambio de ministros sino el
de ministerios. Ahí sí que la parálisis y el bloqueo es total y cuesta años
recobrar la normalidad. Si a todos los presidentes les ha dado por tener ideas
ingeniosas en cuanto a unir y separar ministerios, hay que reconocer que
ninguno como Zapatero para barajar las direcciones generales y las secretarías
de Estado. Asuntos Sociales ha pasado ya por tres departamentos, y la
Secretaría de Estado de Universidades retorna al Ministerio de Educación tras
haber salido de él hace escasamente un año, para incorporarse al entonces
recién creado Ministerio de Ciencia e Innovación, ministerio este último casi
non nato porque cuando aún no había empezado a funcionar a todo gas, ha sido
desbaratado de nuevo.
¿Qué hay detrás de todo ello? Quizás una concepción superficial, casi
mágica de la realidad, que considera que las cuestiones se arreglan
con simples cambios en la estructura administrativa. En la solución o no del
problema de la vivienda poco influye el que exista un ministerio dedicado a
este fin, tanto más si las competencias están transferidas a las Comunidades
Autónomas, y no creo que el deporte vaya mejor o peor porque dependa
directamente del presidente o porque tenga ministerio propio.
Pero tal vez haya, además, otro motivo que dé respuesta a la pregunta
anterior. Se trata de salvaguardar ante todo la imagen. Lo que menos importa es
lo que se hace, sino lo que parece que se hace. Lo relevante no es tanto la
lucha contra la crisis económica como dar la impresión de que el Gobierno está
totalmente implicado en ella. Se llega a situaciones infantiles como la de
alardear de que todos los ministros se quedan trabajando los días de Semana
Santa y publicitar el encuentro normal de dos titulares de departamento como
una reunión de Estado.
Esta primacía de la imagen y de la propaganda sobre la racionalidad y
la eficacia crea situaciones caóticas y atípicas: las de ministerios carentes
de competencias y que tienen que vivir de las que les prestan otros; distinta
jerarquía del Gobierno y del partido resultando difícil saber quién manda a
quién, o la de que la Secretaría de Estado de Deportes dependa directamente del
presidente del Gobierno. ¿Quién va a contestar a las interpelaciones
parlamentarias sobre esta materia?
Da la impresión de que una vez más detrás de la formación del nuevo
ejecutivo tan sólo hay una operación de imagen. Se trata de ganar puntos de
cara a las elecciones europeas haciendo creer a los ciudadanos que se está
haciendo todo lo posible para combatir la crisis. El problema es que con este
cambio de gobierno Zapatero ha gastado un cartucho estratégico. ¿Qué opción le
queda si obtiene en los comicios europeos un mal resultado?