La opa nacionalista

A propósito de la OPA que Gas Natural ha realizado sobre Endesa, se han dividido las opiniones del mundo político y más aún las del mediático. Unos a favor y otros en contra. Pero, con todo, lo más destacable es la gran variedad de razones que se utilizan. En realidad éstas cuentan poco, son meros instrumentos para justificar la posición adoptada a priori.

Entre los detractores los hay que se apoyan en el carácter de caja de ahorros que tiene La Caixa. No hemos privatizado las empresas, vienen a decir, para que ahora retornen al control político a través de las cajas de ahorros. La contestación es inmediata: lo que se tendría que haber hecho es no privatizarlas. El problema no radica en que Gas Natural esté controlada por una caja de ahorros; ése, si se quiere, es el aspecto más presentable de la operación. El problema se encuentra en el proceso de concentración de la propiedad y en la limitación de la competencia. Hemos sustituido monopolios públicos -que sin duda tienen defectos, pero que tal vez en determinados sectores son inevitables- por monopolios u oligopolios privados que generan la total indefensión del consumidor.

La mayoría de los razonamientos de la teoría económica en boga están acuñados sobre situaciones que nada tienen que ver con la realidad actual. Presuponen unos mercados perfectos sometidos a las leyes de la concurrencia y unos empresarios que gestionan sus propios recursos. Nada de eso se cumple, por lo menos en sectores estratégicos como los de la electricidad, el gas, las comunicaciones, las entidades financieras y un largo etcétera. No se ve claro por qué los gestores en estos ámbitos tengan que ser más profesionales que los de las cajas de ahorros -¿quién concede el carné de profesional? -, ni por qué han de tener menos condicionamientos políticos. En muchos casos, fueron nombrados por el gobierno de turno o al menos contaron con su beneplácito.

El proceso de concentraciones, fusiones y OPAS que se está produciendo en estos sectores está agravando el problema y limitando totalmente la competencia. El pretexto de la globalización y de la necesidad de operar en mercados más extensos tiene mucho de falacia porque, en lo relativo a los servicios, los mercados continúan siendo nacionales cuando no provinciales. Es más, no parece que se siga ningún beneficio para la mayoría de los españoles de que estas grandes empresas con ansias imperiales se expandan y creen filiales en otros países.

Algunos detractores de la OPA la han juzgado en clave de enfrentamiento nacionalista. La consideran una operación realizada por una empresa catalana, La Caixa , para adueñarse de empresas y sectores españoles y madrileños. Tal enfoque ha indignado a los medios catalanes, que han negado cualquier sentido a estos planteamientos. Esta visión ha sido calificada de provinciana. Y en verdad lo es. Resulta absurdo criticar las fusiones y actividades de las empresas en función de la región implicada. Tiene razón Piqué cuando afirma que esto no se puede considerar como un partido Madrid-Barça. Pero habrá que preguntarse por qué desde fuera de Cataluña se percibe de esta manera, ¿no será porque antes se ha visto así desde dentro de Cataluña? ¿No será porque algunos en Cataluña todo, absolutamente todo, lo hacen y lo planifican en clave nacionalista, incluso el deporte o la actividad empresarial y económica? ¿No será porque gracias a nuestro sistema electoral el gobierno de la nación, sea del color que sea, en cuanto no dispone de mayoría absoluta se encuentra sometido al chantaje permanente de los nacionalistas?