La
hipotética crisis económica
Se equivoca
quien piense que la economía es una ciencia objetiva y exacta. Los economistas
apenas podemos experimentar. Nos está vedado repetir en el laboratorio los
fenómenos. Así que la mayoría de las veces caminamos en la niebla, en el
claroscuro; nos movemos en la teoría y nunca estamos seguros de que esta se
cumplirá en la práctica. Es este carácter impreciso y vacilante de la economía
el que permite que se abandone la objetividad y se practique el partidismo,
incluso el sectarismo.
Viene esto
a cuento de la hipotética crisis actual. Los medios de comunicación opuestos al
Gobierno pretenden dar una imagen catastrofista, acentuando los elementos
negativos; dan por hecho que se cumplirán las peores expectativas. Otros, por
el contrario, los próximos al partido en el poder, resaltan los factores
positivos y ocultan los peligros e incertidumbres. En ambos casos tienen en
cuenta la futura consulta electoral. Lo curioso es que si algo debería estar al
margen de la lucha electoral sería precisamente la economía, dado que los dos
partidos defienden una política económica similar.
Los datos
positivos de hoy no son muy distintos de los de ayer y en ese sentido ambos
Gobiernos (los de Zapatero y Aznar) han sido triunfalistas. Pero también los
peligros y riesgos que en la actualidad acechan a la economía estaban ya
presentes en la situación económica de antaño. A los pocos días de que el
partido socialista ganara las últimas elecciones, escribí un artículo en el que
describía las debilidades del modelo seguido y las incertidumbres alarmantes
que se cernían sobre el futuro económico, que en modo alguno eran distintas de
las que hoy amenazan
Desde hace
más de diez años, el modelo de crecimiento español se ha cimentado
principalmente en la construcción y en el consumo privado, en un consumo
privado no asentado en los incrementos salariales sino en el endeudamiento de
las familias. Se puede decir que hemos estado creciendo a crédito y, como todo
crédito, antes o después habrá que pagarlo. El endeudamiento de hoy reducirá el
consumo de mañana y por tanto el crecimiento económico del futuro. Es curioso
que los que consideran negativo el déficit público, permanezcan impasibles ante
el enorme endeudamiento de las familias, cuando las consecuencias de ambos son
similares: aumento de los desequilibrios de la balanza de pagos.
A la hora
de analizar el déficit exterior debe tenerse en cuenta otro factor que cierra
el círculo: el diferencial de inflación que año tras año se viene manteniendo
con respecto al resto de países de la zona euro. Esa divergencia en la
evolución de los precios no es en absoluto nueva para nosotros. Ha sido
constante a lo largo de toda la vida económica española. Lo que ha variado en
la situación actual es nuestra pertenencia a
Las altas
tasas de crecimiento de los últimos años se han conseguido mediante actividades
de muy baja productividad y, en buena medida, a la incorporación en ellas de
mano de obra emigrante. De tales parámetros se han derivado dos consecuencias,
la primera es que, al aumentar la población, la renta per cápita no ha tenido
unos incrementos tan espectaculares como los que afectan a la renta global. La
segunda consiste en una modificación de la distribución de la renta en contra
de las remuneraciones de los trabajadores y a favor del excedente empresarial,
con lo que los salarios no se han beneficiado del crecimiento económico e
incluso han llegado a perder poder adquisitivo.
Analizando
con objetividad la marcha de la economía en estos años, aun cuando haya que
reconocer que existen datos muy positivos, no se puede cerrar los ojos a las
debilidades del modelo y a las incertidumbres que amenazan el futuro. Resulta
imposible pensar que la construcción iba a continuar creciendo al ritmo que lo
estaba haciendo y tampoco el endeudamiento de las familias puede seguir
aumentado indefinidamente, con lo que antes o después el crecimiento económico
tiene que resentirse, tanto más si la aportación del sector exterior, como es
probable que suceda, continúa siendo negativa.
Todo hacía
prever que en un momento o en otro se produciría el cambio de coyuntura, tan
pronto hubiese unos factores externos que colaborasen a ello. La crisis de los
mercados financieros norteamericanos y su posible repercusión en Europa; la
subida de los precios del petróleo y de los alimentos, ocasionados en este
último caso por una mala política agrícola comunitaria; las actuaciones del
Banco Central Europeo elevando los tipos de interés más de lo necesario y
originando una revalorización excesiva del euro, son todos ellos factores que,
aunque no pueden tomarse como causa de la hipotética crisis (la verdadera causa
está en las debilidades del modelo económico que antes hemos señalado), sí
pueden ser los detonantes que precipiten el cambio de coyuntura. Que se
produzca o no, solo el tiempo lo dirá.