Regeneración
democrática
El PSOE acaba de presentar en plena campaña
electoral un plan para la regeneración democrática de España. Los dos grandes
partidos cuando están en la oposición prometen siempre regenerar la democracia,
pero tan pronto llegan al poder se olvidan de sus compromisos; incluso si las
medidas propuestas, como ahora, apenas rozan la epidermis del sistema, cuando
no van en sentido contrario a la verdadera regeneración.
Friedman
afirma que los mayores enemigos de la competencia y del libre mercado son los
empresarios. Sobre todo aquellos que controlan mercados cautivos. Algo similar
cabria afirmar de los partidos políticos, en especial de los mayoritarios.
Dominan el sistema y no tienen ningún interés en que cambie. El bipartidismo es
a la organización política lo que el duopolio es al mercado. Difícilmente se
puede producir la libre competencia en un mercado estructurado de forma tal que
imposibilita el acceso de nuevas empresas. ¿Cómo calificar de democracia un
sistema en el que la creación de cualquier nueva formación política está
condenada al fracaso?
De los que
se benefician de la falta de concurrencia no podemos esperar reformas que hagan
transparente el mercado. Imposible que los que se aprovechan del bipartidismo
aprueben medidas tendentes a establecer en el sistema político una verdadera
democracia.
Dos son los cánceres que corroen hoy nuestro sistema
democrático: el bipartidismo y las posibilidades con las que cuenta el poder
económico para interferir en el juego político. Ambos están relacionados, se
complementan y de ellos surgen casi todos los defectos que aquejan hoy al
sistema.
Medidas
como la elección directa de alcaldes, lejos de hacer el sistema más democrático
como intentan vendernos algunos, ahondan en el bipartidismo y en el
caudillismo. El alcalde dejaría de ser un primus
inter pares. No estaría sometido al consistorio, a los concejales, de los
que ahora depende y que pueden destituirle. Durante cuatro años su poder sería
omnímodo y podría gobernar a su antojo. El sistema pasaría de colegial a
presidencialista. Por otra parte, con la sola excepción de algunos municipios
en los que dominasen los nacionalistas, las posibilidades se reducirían a los
partidos mayoritarios, con lo que se acentuaría el bipartidismo.
Algo
similar sucede con las listas abiertas. Aparentemente la participación popular
sería mayor. Puro espejismo. Con la sola excepción de los ayuntamientos
pequeños, en las municipales, nadie conoce a la gran mayoría de los componentes
de las listas, ya sean diputados nacionales, autonómicos o concejales. Es más,
la única posibilidad de conocimiento radica en la voluntad de los medios de
comunicación. Quizás la medida hiciese a los candidatos más independientes de
los aparatos de los partidos, pero a condición de hipotecarles al poder de los
medios, de los que dependería que fuesen o no conocidos por los electores. Las
elecciones al Senado se efectúan por listas abiertas sin que nada cambie sustancialmente.
Por el
contrario, ninguno de los dos grandes partidos está dispuesto a proponer y a
implantar aquellas medidas que regenerarían de verdad nuestro sistema político.
Por ejemplo, una ley sobre medios de comunicación que obligase a que la
propiedad de éstos estuviese totalmente dividida impidiendo su concentración y
haciendo imposible su control por el poder económico. No es sólo TVE la que
debe ser neutral. ¿De qué sirve que lo sea si los otros medios pueden influir
descaradamente en las elecciones imponiendo a las formaciones políticas que más
les interesan?
Por
ejemplo, una reforma de la Ley Electoral que estableciese un sistema
estrictamente proporcional creando una circunscripción de restos con lo que
todos los votos valdrían igual. El número de escaños que obtendría un partido
sería estrictamente proporcional al de votos conseguidos. Desaparecería
entonces el llamado voto útil, y la apreciación de que inclinarse por tal o
cual formación política significa tirar el voto.
Por
ejemplo, y en la misma línea, la reforma del sistema de financiación de los
partidos políticos, prohibiendo toda financiación privada y haciendo la pública
estrictamente proporcional a los votos conseguidos, sin mínimos y sin pluses.
Desaparecería en gran medida la corrupción y sobre todo la hipoteca y
condicionamiento de los políticos a quienes les han financiado. Quien paga
manda. Y sin duda, las posibilidades de éxito de una formación política
dependen en gran medida de los recursos que posea. No creo que los ricos, los bancos
y las grandes empresas estén dispuestos a financiar a los partidos que pongan
en cuestión sus privilegios.
Medidas
como las anteriores permitirían el afloramiento de otras formaciones políticas
y reducirían incluso el poder de los aparatos de los partidos. Los militantes
tendrían bastante más libertad para enfrentarse a las direcciones de sus
partidos cuando no estuviesen de acuerdo con ellas, sin temor a las tinieblas
exteriores. En la situación actual, cualquier escisión se ve de antemano
condenada al fracaso.
Pero se entiende que ni el PSOE ni
el PP estén interesados en este tipo de reformas; por supuesto, tampoco las
fuerzas económicas.