Aznar tiene razón, pero...

Resulta difícil de entender por qué todo el mundo se ha rasgado las vestiduras ante las afirmaciones de José María Aznar sobre el 11-M. Ha venido a decir que el PSOE debe el triunfo en las elecciones generales al atentado de ese día. Lo cual es rigurosamente cierto y todos estamos convencidos de ello; bien entendido que quizás hubiera sido mucho más exacto enunciar la frase de otra manera: el PP perdió las elecciones por dichos atentados.

La política en nuestro país se ha transformado en un puro ejercicio de fariseísmo. Todos los partidos compiten en capacidad de simulación. Dejémonos de hipocresías. El PP sabía perfectamente que si algo podía hacerle perder las elecciones era su participación en la guerra de Irak, y percibía con claridad también las implicaciones que podría tener todo hecho relacionado con esta materia. Por eso ocultó y negó cualquier posibilidad de que el terrorismo islámico actuase en nuestro país; por eso la ministra de Asuntos Exteriores, contra toda lógica, quiso convencernos de que los atentados de Casablanca no iban contra España; por eso también se quiso dar carpetazo cuanto antes al accidente del Yak-42, incluso con el riesgo de cometer los terribles errores de identificación que ahora se están descubriendo. Es verdad que el avión estrellado no provenía de Irak sino de Afganistán, pero era imposible -por mucho que ahora el PSOE quiera convencernos de lo contrario- no ver el paralelismo y la semejanza entre ambas contiendas.

Aznar y su partido eran perfectamente conscientes de que la postura adoptada por el Gobierno español en la guerra de Irak tenía el rechazo de la gran mayoría de la población y no podía ignorar, por tanto, que tal desprecio a la opinión pública era susceptible de traducirse en coste electoral. Bien es verdad que confiaban en la versatilidad e inmadurez de la sociedad y en que a la hora de votar el tema de la invasión quedase en el olvido o en el baúl de las poses éticas. Irak estaba tan lejos y, por otra parte, afectaba fundamentalmente a los iraquíes. Quizás no estaban tan confundidos y seguramente el día 14 de marzo, a pesar de todo, habrían ganado las elecciones si no hubiese sido porque tres días antes la guerra y sus consecuencias se hicieron presentes con toda su crudeza y, además, en esta ocasión los muertos eran españoles. Cuentan que la oposición del pueblo norteamericano a la guerra del Vietnam no adquirió proporciones importantes hasta que los féretros de los compatriotas no comenzaron a llegar por docenas a los aeropuertos. Claro que entonces eran soldados de reemplazo y no profesionales como en la actualidad.

Seguramente, a pocos les cabría alguna duda el 11 de marzo de que de la autoría del atentado iba a depender el resultado de los comicios que se celebrarían unos días después. Según los indicios iban apuntando al terrorismo islámico, Aznar y su Gobierno presentían el descalabro que se avecinaba de confirmarse la sospecha; por ello, esperando el milagro, se negaban a la evidencia, y sobre todo pretendían esconderla a la sociedad o al menos mantenerla oculta hasta pasadas las elecciones. A su vez, el PSOE veía incrementarse sus posibilidades y por esa razón utilizaba todos los medios a su alcance para que antes de las elecciones la sociedad conociese quiénes estaban detrás del atentado.

Todo lógico. Resulta ridículo intentar negar ahora una u otra cosa. Y más que ridículo, una pérdida de tiempo, es que un buen número de diputados mareen la perdiz en esa Comisión creada al efecto sobre algo de lo que todos estamos convencidos. Distinto sería si aprovechasen la Comisión para analizar los fallos y equivocaciones de los servicios de inteligencia y de las fuerzas de seguridad a la hora de prevenir los atentados. De todas formas, es divertido comprobar cómo un mismo hecho se traduce de las maneras más contradictorias en los diferentes medios de comunicación. Muy ilustrativo del tipo de prensa  que tenemos.

Aznar y el PP tienen razón cuando atribuyen su derrota a los atentados del 11-M, pero carecen de ella cuando lo interpretan como fruto de una conspiración o de una operación antidemocrática. Nada de golpe de Estado o de mano. Bien al contrario, decisión democrática de la sociedad española. Ellos sabían, o al menos debían saberlo, que se jugaban el poder si ocurría cualquier hecho de este tipo. Acudir al argumento de que se violó la jornada de reflexión es grotesco. La jornada de reflexión tiene en nuestra legislación un valor puramente simbólico, testimonial. En una sociedad mediática ¿qué más da que los candidatos guarden silencio, si los medios afines repiten sus palabras e intervenciones de los días anteriores? ¿Qué importa que los políticos no hablen si hablan todos sus simpatizantes?

El Partido Socialista y sus valedores tienen razón cuando se enfrentan a la pretensión de deslegitimar su victoria. Pero se equivocan cuando se vanaglorian de haberla conseguido por sus méritos y cuando se rebotan ante la afirmación de que el
11-M propició su triunfo.

Abandonemos el fariseísmo, que de una vez por todas, unos acepten que perdieron por sus equivocaciones y los otros que se encontraron, como un regalo caído del cielo, una victoria que no esperaban.