Defenderla
y no enmendarla
Citaba yo en el
artículo de la pasada semana la conocida máxima del conde Lucanor en “Las
Mocedades del Cid”: “Pero si la aciertas mal, defenderla y no enmendarla”. Es
difícil no recordar tal consigna cuando se trata del presidente Bush y su
cruzada contra el mal. Lo cierto
es que en todo lo referente a Irak los tres caballeros de las Azores han
mantenido una postura de cerrazón muy parecida a la que se atribuye a nuestros
antepasados del Siglo de Oro.
No obstante, es Bush el que resalta de
manera notable entre los tres.
Cuando para todo el mundo resulta
ya evidente el despropósito que fue la invasión de Irak; después de que los
distintos informes hayan puesto de manifiesto que Sadam
no poseía armas de destrucción masiva y que carecía de toda conexión con las
huestes de Bin Laden; cuando aparece ya de manera incuestionable
que la situación creada tras la contienda es infinitamente peor -sobre
todos para los iraquíes- que la anterior;
cuando día a día esa situación se deteriora; cuando el mundo entero se
estremece por el estado de terror y odio generado en ese pueblo; cuando cada
vez se ve con mayor pesimismo el
futuro de Irak, condenado al parecer a enfrentarse antes o después a una guerra
civil y a convertirse en una republica islámica; pues
bien, cuando todo esto ocurre Bush continúa impertérrito, erre que erre, intentando convencerse y convencer a la sociedad
americana de que lo que hizo está bien hecho y de que aún puede ganar la guerra.
Bush, en contra de
todos y desoyendo a la mayoría del pueblo americano que por fin ha despertado
en este tema de su letargo, ha decidido no solo continuar la ocupación sino
enviar más tropas, en la creencia (nunca mejor empleado el término creencia) de que así ganará
El ex-presidente
González, del que se podrán decir muchas cosas pero no que no sea un viejo
zorro con experiencia en ese arte nada limpio que es la política, hizo diana
plenamente cuando a propósito del atentado de la terminal cuatro de Barajas
dijo aquello de que siempre se precisa tener otra baza disponible y no jugarse
todo a una sola carta. A Bush le
ha faltado, entre otras muchas cosas, esa astucia, de tal modo que, quizá por
cortedad mental quizá por fanatismo, ha apostado toda su presidencia a una
aventura construida a partir de un mundo imaginario e irreal. El envite ha sido
tan fuerte y tan contra corriente que difícilmente puede retroceder.
Algo parecido le ha
ocurrido a Zapatero en la negociación con ETA, y a ello iba destinada la
metáfora de González. Al iniciarse el proceso de negociación, la mayoría de los
medios indicaban la apuesta personal del presidente del Gobierno, y en
consecuencia que para bien o para mal el triunfo o el fracaso sería
exclusivamente suyo. Escribía yo a propósito de aquello que precisamente ese
aspecto era el inquietante, porque al estar implicado tan personalmente en el
proceso no se podía permitir un resultado negativo y se vería obligado a
cualquier cesión con tal de que no se produjese
En el Estatuto
catalán se ha apostado igualmente
todo a una sola carta sin que el presidente del Gobierno se haya guardado una
baza alternativa, y por esa razón,
cuando se empieza a intuir la posibilidad de que el Tribunal Constitucional
declare alguna parte del texto contraria a
El empecinamiento de
Bush sitúa al Congreso de los Estados Unidos ante una disyuntiva embarazosa:
aprobar enormes recursos para una guerra que consideran injusta y descabellada
o desautorizar en plena contienda a un presidente que es también comandante en
jefe de las fuerzas armadas. La obcecación de Zapatero coloca igualmente a la
oposición de dentro y de fuera de su partido ante un dilema nada cómodo: avalar
a un jefe de gobierno en una política territorial que juzgan nefasta y suicida
o pasar por desleales al no apoyarle en lo que este entiende por política
antiterrorista. En ambos casos, el defenderla y no enmendarla indican que tanto
Bush como Zapatero se han adentrado en un camino de muy difícil marcha atrás, y que dejarán a sus sucesores en
herencia una situación muy compleja y de casi imposible salida.