De
Villalobos a Cañete
No creo en las casualidades. Aun recuerdo la
mofa a la que fue sometido Morán en sus tiempos de
ministro de asuntos exteriores. Sustituía a los leperos en los chistes. ¿Sabes
el último de Moran?, nos preguntábamos unos a otros. Después comprendí que
aquello tenía poco de espontáneo y mucho de campaña orquestada,
y que más allá de los despistes de don Manuel lo que
existía era una voluntad explícita de descrédito y difamación. Morán era un
ministro incómodo, demasiado izquierdista para aquel primer gabinete de
González. En juego estaba la OTAN y toda la política exterior de España.
Ahora la he tocado el turno a Villalobos. Me
pregunto si sus juanetes, su casticismo e incluso marujeo no están
sirviendo de pretexto para que algunos intenten quitarse de en medio a una
ministra que no se adecua a sus expectativas rabiosamente liberales. No seré yo
quien considere a doña Celia como una izquierdista peligrosa, ni usaré el
botafumeiro para calificar su actuación ministerial,
pero algún detalle que otro ha tenido, aun cuando al final haya podido quedar todo en agua de borrajas: introducción de genéricos, reducir el margen a los laboratorios y farmacias, ciertas manifestaciones, enseguida
censuradas, con respecto a la
píldora abortiva y sobre todo parar el engendro de las
fundaciones sanitarias. De cualquier modo, lo mejor de doña
Celia es que
no haya hecho
nada, nada
de lo que
se podía temer
de un gobierno
Aznar, proseguir
en el proceso
de privatización de la sanidad
pública. Quizás
sea esto lo
que más molesta
a sus correligionarios.
Al margen
del estilo un tanto marujil
de la ministra, lo cierto
es que no
se ha equivocado
mucho en sus
juicios y apreciaciones. Mataderos ilegales, haberlos haylos, como más tarde
se ha demostrado, y en cuanto a los
huesos, la Unión Europea ha venido a
darle la
razón. Claro
que está lo
de la alarma
social que tanto se maneja
ahora. Parece que lo que
se impone es
el silencio, hasta que las
cosas tienen poco remedio,
todo con tal
de no perjudicar
los intereses económicos subyacentes.
Por el
contrario, la postura de Arias
Cañete ha sido
muy sensata,
demasiado sensata, nada de
alarma social. Más que un
ministro, parecía
el presidente del sindicato de ganaderos.
Es un vicio arraigado en los
titulares de ciertos departamentos: agricultura,
industria, etc.; asumen los intereses
del ramo,
de los empresarios
del ramo, se
entiende. No
debe ser exclusivo
de nuestro país. La
Unión Europea se constituye también como un
sindicato de intereses, y
han sido los
intereses los que han dificultado
que las medidas
se tomasen a tiempo; incluso
ahora la normativa
se saca con
cuentagotas y siempre sobre mínimos, de
modo que algunos
países - España no, desde luego- han decidido
ampliarla.
Pero el caso de
Arias Cañete es especial. Resulta
que ahora se
descubre que tiene intereses privados, lo
que hace mucho
más sospechosa su actuación.
No sólo la de ministro,
si no parece
también que en su momento la de
europarlamentario. Es el problema de
mezclar los asuntos privados con los públicos
y la carencia
de un régimen
adecuado de incompatibilidades.
Nunca he
entendido cómo a los
diputados españoles se les hacía incompatibles con cualquier otro cargo en el
sector público, pero gozaban
de un régimen
de lo más flexibles
con respecto al sector privado
que es donde realmente se puede
dar la colisión
de intereses. Muchos de nuestros
"padres de la patria" continúan, por ejemplo, con sus despachos
de abogado.
El peligro de que éstos
se conviertan en gabinete de tráfico de influencias
es evidente.
De vez
en cuando se
oye decir que
los políticos, en particular los parlamentarios, están mal pagados. Pues págueseles bien, pero
eso sí hágaseles
incompatibles con cualquier
actividad privada; en primer lugar,
porque lo lógico
es que se
dediquen totalmente a su función pública
y en segundo
lugar, porque de lo contrario
siempre nos quedará la sospecha
de a qué
intereses sirven. Lo de
la mujer del
César.