El
Marshall chino
Con gran algarada
tanto mediática como política, hemos recibido estos días de atrás al viceprimer
ministro chino. Nos recordaba al Míster Marshall de Berlanga. Es curioso lo que
ocurre con China. Nuestras democracias occidentales –siempre tan estrictas
cuando se trata de enjuiciar la posible falta de libertad de los regímenes
populistas del tercer mundo– sufren una especie de amnesia al tratar con el
país asiático cuyo régimen aglutina lo peor del comunista y del capitalista:
falta de libertad con enormes desigualdades y la opresión más brutal en el
orden social y laboral.
China acude como
salvadora de las economías periféricas de Europa, dispuesta a comprar su deuda
pública al igual que lo hace con
Lo desconcertante es
que el resto de países le permitan instrumentar tal política y no apliquen, a
su vez, frente a ella, políticas defensivas. La explicación hay que buscarla en
los múltiples intereses económicos y empresariales que se mueven alrededor de
China. Los empresarios quieren producir en China y en otros países similares,
en los que los costes laborales son muy reducidos, y vender después los
artículos en los países desarrollados. Ello incrementará sus beneficios y
minorará la parte del producto que se dirige a los trabajadores. Tal aumento de
la desigualdad por fuerza tiene que reducir el consumo, a no ser que se
mantenga artificialmente a base de préstamos, lo que no puede prorrogarse
indefinidamente. Los créditos de China no son la solución. Ésta aparecerá
cuando los países con superávits en sus balanzas de pagos, lejos de atesorar,
gasten sus recursos y permitan que el tipo de cambio nominal coincida con el
efectivo.