Programa
fiscal de derechas
Estamos ya en campaña electoral y el PSOE ha
presentado su programa de política fiscal. Esta vez, con acento andaluz, quiere
vestirlo de progresista, pero en el fondo bastante de derechas.
De derechas es un programa que comienza solemnemente
afirmando que no va a incrementar la presión fiscal. Cierto es que para
enjuiciar la orientación ideológica de un sistema tributario hay que considerar
un aspecto cualitativo: qué impuestos lo componen y cómo recaen sobre la
capacidad económica de los contribuyentes; pero existe una cuestión previa, un
aspecto cuantitativo, la suficiencia del sistema: saber si tiene capacidad
recaudatoria para atender los derechos, servicios y prestaciones de un Estado
social tal como el que determina nuestra Constitución. Un sistema fiscal, sea
cual sea, no puede ser justo ni progresista si carece de la potencialidad
suficiente para atender las necesidades sociales.
Es evidente que nuestro país tiene un importante
déficit social. Ni en vivienda, ni en sanidad, ni en pensiones, ni en las
prestaciones del seguro de desempleo se está cumpliendo los mandatos
constitucionales. Las carencias de la sanidad pública son evidentes; existe un
gran número de parados que carece por completo de prestaciones; las pensiones,
a pesar de la propaganda que sobre el tema realizan nuestros políticos, son de
tal cuantía que condenan a la mayoría de nuestros ancianos a la miseria o a
vivir en una dependencia vergonzante de sus familiares; se carece de los servicios
sociales mínimos destinados a la tercera edad. Podríamos continuar enumerando
la lista de deficiencias, que por otra parte todo el mundo conoce, pero quizás
el mejor resumen de todas ellas se encuentre en que en nuestro país el
porcentaje que los gastos sociales representan del PIB (20,1%) es siete puntos
inferior a la media de la UE (27,3%).
El primer reto de una política fiscal progresista es
dotar al sistema de potencialidad para poder reducir este déficit. No se trata
de compararnos con Suecia, Dinamarca, Alemania o Francia, ni siquiera equiparar
nuestras prestaciones a las de la media europea, ya que nuestra renta per
cápita es inferior. Se pretende únicamente destinar a estas necesidades un
porcentaje del PIB similar al que por término medio dedican el resto de países
de la Unión.
La contrapartida a este desfase hay que buscarla en
el hecho de que nuestra presión fiscal es también siete puntos inferior a la
europea. Empezar diciendo que el objetivo es mantener la presión fiscal es
renunciar de antemano a cualquier mejora en la política social; es desechar
también toda lucha contra el fraude porque, dadas las enormes bolsas de evasión
fiscal, sería relativamente fácil incrementar la recaudación, y por tanto la
presión fiscal, si se acometiese en serio esta tarea.
Pero consideremos los aspectos cualitativos. No
parece que las medidas propuestas sean tampoco muy progresistas. Puede haber,
sí, algún elemento positivo como incrementar el límite exento en el IRPF o la
reforma de la tributación de las rentas de capital. Bien entendido que la
discriminación positiva hacia las plusvalías no se inició con la política del
PP sino en la reforma de 1988, continuada por la de 1991; de nada vale, pues,
corregir la situación injusta actual si lo que se pretende es retornar a la
anterior, tanto o más injusta.
Al resto de las propuestas difícilmente se les puede
tildar de progresistas, más bien todo los contrario. ¿Cómo se puede afirmar que
el objetivo es gravar a los grandes patrimonios e incrementar la progresividad
del sistema si se empieza planteando la reducción del tipo del impuesto de
sociedades, cuando la mayoría de las grandes fortunas se escudan bajo la forma
de personas jurídicas? ¿Y qué decir de la reducción, una vez más, del número de
tramos de la tarifa y del tipo marginal máximo del IRPF? No es verdad que al
reducir el número de tramos se simplifique el impuesto. Independientemente de
cuántos sean éstos, a cada contribuyente le corresponde uno sólo. Lo único que
se aminora es la progresividad, al igual que se disminuye la progresividad al
reducir el tipo marginal máximo, el que se aplica a los tramos de renta
superiores.
Incluso una medida aparentemente progresista como la
bajada del IVA para los alimentos básicos y para periódicos, revistas y libros
no deja de presentar dudas, ya que dadas las condiciones de los mercados es muy
posible que, lejos de favorecer al consumidor, termine incrementando los
beneficios empresariales. Y como guinda de todo ello, el anuncio de un nuevo
modelo de financiación autonómica que, a pesar de la ambigüedad con que se
manifiesta, se intuye que comporta una mayor autonomía fiscal. Las consecuencias son evidentes. Si la
ausencia de armonización fiscal en la Unión Europea está sirviendo de coartada
para aprobar medidas regresivas, con mucha más razón la introducción de
disparidad de tributación en un espacio tan reducido como el español, con
territorios colindantes, dará ocasión al dumping fiscal.
Recuerdo que a finales de los
ochenta, ciertas medidas fiscales regresivas adoptadas por el gobierno del PSOE
recibieron dentro del propio partido el nombre de reforma de Majadahonda en referencia a sus autores, una elite que
vivía en esa zona de Madrid y a los que sin duda la reforma beneficiaba. A este
programa cabría titularle hoy de los servicios de estudios bancarios, dada su
orientación.