España
en llamas
Por
primera vez el aniversario de la Constitución se ha celebrado en el Senado y no
en el Congreso. ¿Obras? Eso dicen, pero los rumores apuntan al miedo de los
diputados y demás mandatarios a que les aguasen la fiesta los indignados, que
poco a poco van siendo la totalidad de los ciudadanos de España. Bien es verdad
que la función está ya bien aguada. En el ambiente flotaba la idea de que
nuestra Carta Magna no funciona, aunque resulta difícil que funcione una
constitución si aquellos que tienen que cumplirla y desarrollarla se empeñan en
torpedearla e interpretarla a su antojo. Desde los partidos nacionalistas
proclaman claramente y con descaro que están dispuestos a saltársela siempre
que lo consideren conveniente, aunque al tiempo no tienen ningún reparo en
ampararse en ella cuando creen que el Gobierno central ha invadido sus
competencias; y los dos partidos mayoritarios -y algunos minoritarios también-,
con la excusa de la Unión Monetaria, están trastocando de forma radical la
Carta Magna, deteriorando seriamente la democracia y aniquilando el Estado
social.
España
está en llamas. El trabajo, en lugar de ser un derecho tal como afirma la
Constitución, parece un lujo o un privilegio que muchos han perdido y que el
resto teme cada día que le sea arrebatado, pues a las empresas se les ha puesto
sumamente barato prescindir a su antojo y conveniencia de sus trabajadores.
Bajo tal amenaza, los asalariados se ven forzados a aceptar el deterioro de las
condiciones comenzando por el salario. Desde el año 2000 la participación de la
remuneración de los trabajadores en la renta nacional ha descendido del 50% al
45%, mientras que la de los beneficios empresariales se ha elevado de 40 al
45%. Alguien podrá alegar que el número de trabajadores se ha reducido, lo cual
es verdad, pero se supone que también lo ha hecho el número de empresas y
empresarios. La conclusión es que los precios no disminuyen a pesar del
descenso de los salarios, por lo que la pretensión de sustituir la devaluación
exterior por la interior constituye un espejismo. Lo único cierto es que la
desigualdad se incrementa en proporciones alarmantes.
España
arde. Las pensiones, que ya eran reducidas, llevan dos años (uno con Zapatero y
otro con Rajoy) perdiendo poder adquisitivo. Se multiplican las
manifestaciones, las huelgas y los conflictos laborales. El metro y los
autobuses de Madrid, Renfe, la minería, Paradores; Telemadrid,
en la que se pretende prescindir de todo el personal molesto para seguir
convirtiéndola en un instrumento de intoxicación y propaganda del gobierno
regional; Iberia que, tras la compra por British Airways y tal como suele
ocurrir con muchas de las privatizaciones, está abocada al desguace o a
constituirse en una compañía de bajo coste (basura), transfiriendo a la matriz
las líneas rentables.
La
sanidad española y especialmente la madrileña están en llamas porque, además de
la privatización parcial de la financiación (vulgo copago o restricción de las
prestaciones públicas), se pretende privatizar la gestión con el fin de
entregar un bocado apetitoso y rentable a las empresas de los amigos o de los
familiares. La aplicación del criterio de beneficio privado a este sector solo
puede incrementar el coste y deteriorar gravemente la prestación y los
servicios sanitarios. La prueba más palpable es la situación de la sanidad en
EE UU donde el gasto sanitario por habitante es tres veces el de España y, sin
embargo la cobertura es muy deficiente, un 15% de la población carece
totalmente de ella y un 40% la tiene muy limitada.
El
ministro Wert ha prendido fuego a la educación.
Restringe los recursos de la pública en favor de los de la concertada. Los
rectores de las universidades están en armas contra el Ministerio por el
deterioro al que se está sometiendo a la docencia universitaria pública, tal
vez para que las universidades privadas tengan mayor negocio y para que el
poder económico controle más la universidad y la enseñanza; el ministro
Gallardón con la aprobación de las tasas judiciales hace que el incendio se
extienda por la Administración de justicia logrando poner en contra de sus
reformas a todas las asociaciones judiciales. En ambos casos se rompe la
igualdad de oportunidades, principio fundamental del Estado social y,
teóricamente, de la Constitución.
España
arde por el paro, los desahucios, las preferentes, las ayudas a la banca, la
amnistía fiscal; por los Díaz Ferrán, por los escandalosos sueldos de los
banqueros y demás ejecutivos de las grandes empresas, por la destrucción de la
profesionalidad en la Administración
pública y por la inflación de consejeros, asesores, periodistas y demás hombres
de partido en todos los puestos del sector público.
Cuando
el Estado social se quiebra, para mitigar el incendio aparece el Estado
policía, se endurece el Código Penal, se restringe el derecho de manifestación,
se criminaliza a los sindicatos y a la huelga, la actividad política se
transforma en una farsa y, sobre todo, se utiliza a los medios de comunicación
para que distorsionen la realidad y escondan lo que no se quiere que se vea:
que España está en llamas.