Saldos
netos, balanzas fiscales
Dentro de dos días,
los jefes de Estado y de Gobierno de
Se van a cumplir veinte años de la
aprobación del Acta Única, en la que ya se criticaba que el presupuesto
comunitario apenas ascendiese al 1,24% del PIB, cantidad a todas luces
insuficiente para compensar los desajustes de la libertad absoluta de
mercancías y capitales. Después vinieron Maastricht,
La postura de Gran
Bretaña es ciertamente provocadora, en cuanto que pretende mantener casi
intacto ese mecanismo obsoleto y, al decir de todos los países, injusto, que es
el cheque británico. No es de extrañar que haya suscitado la oposición de todos
los gobiernos. Ha logrado un consenso global frente a su propuesta, pero las
voces no dejan de ser discordantes, puesto que cada uno de ellos está mirando
exclusivamente por sus intereses. El gran problema de
Las finanzas comunitarias son el ejemplo más
vivo de la ausencia de verdadera integración, puesto que a la hora de elaborar
el presupuesto cada Estado lo único que considera es si es contribuyente o
receptor neto, lo que sin duda crea todo tipo de distorsiones y origina que el
presupuesto carezca de racionalidad. Lo lógico sería que
Mientras las contribuciones sean de los Estados,
y sean ellos también los que reciban los fondos comunitarios, la elaboración
del presupuesto será un guirigay de voces interesadas y discordantes, y si se
llega a algún acuerdo será de mínimos, carecerá de equidad y de racionalidad,
fruto espurio del nacionalismo más reticente.
Es grave, sin duda, que después de tantos
años no se haya dado un paso hacia la integración europea, y que mientras gana
en extensión, pierda en intensidad. Pero mucho más grave es que una unidad
política como la española tienda a
En cuanto al gasto público las autonomías
han introducido ya cierto grado de irracionalidad y falta de eficiencia. Por
poner sólo dos ejemplos, pensemos en las televisiones autonómicas y en el tren
de alta velocidad. El diseño del trazado de este último, en modo alguno está
siendo planificado de acuerdo a criterios económicos y de eficiencia, obedece
más bien a las presiones de las distintas Comunidades Autónomas. Eso sí,
apoyadas en el hecho de que las aportaciones estatales a esta inversión, por el
juego de la contabilidad creativa, no computan en el déficit público.
La situación puede empeorar hasta extremos
que ni imaginamos, de llevarse a cabo el
proyecto de financiación que recoge el Estatuto catalán. Todos los
planteamientos presupuestarios se realizarían, como en Europa, en términos de
saldos netos y no de racionalidad. Cualquier política comunitaria resultaría
imposible. El interés general subordinado a los intereses provincianos. El
discurso de Maragall, de Mas o de Carod respecto a las finanzas del Estado no tiene
nada que envidiar al de Blair. El ministro de Exteriores de Gran Bretaña
también afirmaba el otro día en un artículo en El Mundo que ellos
quieren contribuir, pero lo justo. Pero ¿quién determina lo que es justo? Los
que estos días contemplan con pena el carajal
en que se ha convertido