Bush
no ha leído a Tucídides
Se ha considerado la guerra del Peloponeso como la primera guerra europea
u occidental, y a su historiador, Tucídides, como un
profeta de acontecimientos futuros. Lo cierto es que al escritor griego le cabe
el calificativo de historiador político en el sentido de que no pretende tan
sólo describir los hechos sino inquirir y explicar sus causas, y de que elabora
su historia en la creencia de validez universal: “Mi obra ha sido compuesta
como una adquisición para siempre más que una pieza de concurso para escuchar
en un momento”. Según él, las causas de la guerra siempre son las mismas,
porque parten de las leyes inmutables de la naturaleza humana. Es por ello por
lo que una infinidad de escritores y políticos se han embriagado con la lectura
de Tucídides encontrando en sus páginas análisis
perfectamente aplicables a los problemas de sus respectivos tiempos.
No comparto la idea de repetición ni la del eterno retorno. No profeso al
cien por cien la concepción cíclica de la
Historia. Si hubiera que escoger alguna figura geométrica,
pienso que deberíamos pronunciarnos por la
espiral. Lo mismo, pero distinto. La historia nunca se repite
ni vuelve al punto de partida, pero a menudo presenta grandes paralelismos y
podemos sacar de ella importantes enseñanzas.
Tucídides quiere ver la
causa de la guerra del Peloponeso en la dinámica imperial de Atenas y en el
miedo y el odio que sus acciones infunden a sus vecinos, a los que denomina
aliados pero a los que, en realidad, reserva el papel de súbditos. Se da la
paradoja de que la
Ciudad-Estado configurada más democráticamente se comporta en
su política exterior de la manera más despótica y tiránica. La situación sería
transferible a los momentos presentes. Aun cuando habría mucho que hablar sobre
la bondad de su sistema político, lo cierto es que EEUU pasa por ser la primera
democracia del mundo y, sin embargo, frente al resto de los países actúa
dictatorial y tiránicamente.
Actuaciones genocidas de Atenas, como las de Melos
que Tucídides relata con todo detalle, podrían
ponerse en paralelo con las intervenciones últimas de EEUU o de su apéndice,
Israel. Afganistán, Irak y ahora Líbano servirían seguro de ejemplo y les sería
de aplicación gran parte de lo que el escritor griego describió y analizó hace
veinticinco siglos. Se ha llegado a tal situación que escuchamos sin inmutarnos
que el mandatario de la primera potencia del mundo y que pretende dar lecciones
de democracia reconozca con toda tranquilidad que posee cárceles secretas en
otros países.
Atenas no admitía la neutralidad y castigaba duramente a aquellos de sus
aliados que pretendían abandonarla. EEUU rechaza también la neutralidad y
valiéndose de su poder presiona a todos los países para que secunden sus actuaciones;
de hecho, a través de la OTAN , y también aunque en menor medida de la
ONU , está consiguiendo que los otros Estados tengan que
terminar limpiando la suciedad que con anterioridad él ha generado. Ha
conseguido implicarlos plenamente en Afganistán, le ha costado bastante más
trabajo en Irak, y lleva camino de lograrlo en el Líbano.
El caso del Líbano presenta desde luego muchas diferencias con los de
Afganistán e Irak, por eso ha resultado tan patética la postura del PP en un
“no, pero sí”, y por eso también es tan escandaloso escuchar al talibán de los
obispos que al tiempo que defiende la guerra de Irak lanza una reprimenda al
líder de la oposición por no haberse opuesto radicalmente al envío de tropas al
Líbano. Pero dicho esto, quizás haya que preguntarse por qué tienen nuestros
soldados que ir a solucionar los entuertos y desaguisados organizados por
Israel con la aquiescencia del Imperio; y cuando se convoca una conferencia de
donantes surge también la pregunta de por qué las otras naciones tienen que
sufragar lo que ha destruido el Estado judío.
Desde el Gobierno se afirma que esta misión se encuadra en la más
estricta legalidad internacional. La legalidad internacional no existe. Si
existiese, se habría obligado a Israel a
detener la ofensiva mucho antes, se le exigiría ahora asumir los costes de la
reconstrucción del Líbano e incluso se juzgaría por genocidas a sus dirigentes.
Hoy, lo único cierto es la voluntad del Imperio. De hecho, la ofensiva de
Israel terminó cuando EEUU así lo quiso. Por eso cabe siempre la duda de hasta
qué punto en todas estas mal llamadas misiones
de paz -incluso en las que como ésta pueden parecer más justificables- no
se está haciendo el juego al imperio americano.
Todo hacía predecir que la guerra la
ganaría Atenas. Tenía todas las bazas a su favor. Léase en Tucídides el discurso de Pericles al comienzo de la
contienda. Y , sin embargo, la
perdió. El miedo y la
inquina que su poder y sus acciones infundían en los otras ciudades terminaron
siendo sus peores enemigos. Hoy, el poderío militar de EEUU no tiene rival,
pero al mismo tiempo crece de un extremo al otro del planeta la animadversión,
el odio y el resentimiento en su contra. Bush, según dice, ha leído este verano
el extranjero de Albert Camus, pedirle que lea a Tucídides
sería demasiado.
La República pretendió también dar respuesta
en lo posible al problema territorial, pero teniendo muy claro que los derechos
de los ciudadanos y el interés de la
propia República estaban por encima de los supuestos derechos
históricos de los pueblos. Causa estupor comparar el Estatuto de Autonomía de
Cataluña aprobado en 1932 con el que se está tramitando actualmente. Decía
aquel estatuto en su art. 1 que Cataluña se constituye en región autónoma
dentro del Estado español, y en el art. 2 que el idioma catalán es, como el
castellano, lengua oficial en Cataluña. Para las relaciones oficiales de
Cataluña con el resto de España, así como para la comunicación de las
autoridades del Estado con las de Cataluña, la lengua oficial será el
castellano. Y por último, en el art. 3 se establece que los derechos
individuales son los fijados por la
Constitución de la
República española. La
Generalidad de Cataluña no podrá regular ninguna materia con
diferencia de trato entre los naturales del país y los demás españoles. ¿Se
puede tildar a este régimen de radical?
El afán modernizador de la
República se manifestó en reformas imprescindibles en aquel
momento tales como la reforma agraria y la del ejército, o la de la legislación
laboral, con incrementos muy importantes aunque insuficientes del presupuesto
del Instituto Nacional de Previsión. En general, se puede afirmar que la
República fue ante todo una promesa, promesa frustrada en
parte por la inexperiencia de los gobernantes, en parte por la impaciencia de
los que deseaban que las reformas se ejecutasen a mayor velocidad, pero
principalmente por la oposición de los privilegiados, que no estaban dispuestos
a perder sus prerrogativas y regalías, y que pusieron todo tipo de obstáculos y
no pararon hasta derribarla por el innoble procedimiento de movilizar a los
espadones.
No hay por qué negar que durante el periodo
republicano se cometieron excesos, y en algunos casos
atrocidades. Se puede aceptar incluso que los respectivos gobiernos incurrieron
en errores, ¿qué gobierno no los comete? Pero todo ello hay que juzgarlo y
entenderlo en el contexto de la época, la injusta situación social, una
sociedad escindida en clases mortalmente enfrentadas, un analfabetismo muy
extendido y con los movimientos fascistas en ascenso en toda Europa. La
República necesitaba tiempo para asentarse, para que las
distintas reformas fuesen dando su fruto y pacificar así la sociedad, pero eso
precisamente es lo que no querían los que movilizaron al ejército para el golpe
de Estado.
Hoy, algunos se
empeñan en reescribir la
Historia y nos cuentan esa milonga de que el golpe de Estado
lo dio la izquierda en 1934. Se confunde revolución con golpe de Estado. La
primera es desde abajo; el segundo, desde arriba. Una cosa es que parte del
proletariado, en una clara situación de indigencia y privado de casi todos sus
derechos, desconfiase de los regímenes parlamentarios, cuando hasta entonces
todos ellos habían sido una farsa, y se inclinase por la violencia como único
método de transformación social; y otra muy distinta, que una clase
privilegiada, valiéndose de su situación de preeminencia,
movilizase al ejército en contra de la propia nación a la que debía defender.
La revolución del 34 fue un acontecimiento limitado a parte de la izquierda y
únicamente a dos regiones, Cataluña y Asturias, donde el anarquismo estaba muy
extendido. Estaba condenada al fracaso, como así fue. Carece de todo sentido
responsabilizar de ello a la
República , en todo caso habría que
hacerlo a un gobierno que pretendía desmantelar las escasas reformas que hasta
entonces se habían realizado. La revolución no constituyó ningún peligro serio
para el sistema establecido. De cualquier modo, la sublevación militar no se
hizo para defender a la
República de las hordas revolucionarias, sino para derribarla
e instaurar un régimen despótico y sanguinario, y encerrar a la sociedad
española durante cuarenta años en el oscurantismo.