Un
salvavidas para la banca
El Gobierno acaba de aprobar un plan de
salvamento para las entidades financieras. En una primera aproximación, algo no
casa. ¿Cómo es posible que la banca, que presenta en líneas generales una
abultada cuenta de resultados y elevados beneficios, haya tenido que recurrir
al Gobierno suplicando que la salve? La respuesta debe buscarse en el enorme
déficit exterior de nuestra economía, fruto del ingente endeudamiento de las
familias y de las empresas. La mayor parte de estos pasivos se ha generado con
créditos de las entidades financieras que, a su vez, se han refinanciado en los
mercados internacionales.
En tiempos de bonanza y de abundancia de
liquidez, los bancos han obtenido sin demasiadas dificultades los recursos
necesarios del exterior, consiguiendo así pingües beneficios por su
intermediación. El problema ha surgido cuando los mercados financieros se han
colapsado debido a la desconfianza generada en la crisis de las hipotecas subprime. El grifo se ha cerrado y no tienen manera de
renovar el monto de la deuda acumulada.
Afirman que es un problema de liquidez y es
posible que tengan razón, pero los problemas de liquidez pueden transformarse
fácilmente en problemas de solvencia. Aun suponiendo que sea verdad que los
activos con que cuentan los bancos son de buena calidad, pueden dejar de serlo
en cuanto nos adentremos en una recesión y se cierren los canales de
financiación. Los créditos frente a una empresa en principio solvente pueden
pasar rápidamente a incobrables si se la ahoga financieramente o no puede
vender sus productos debido a la crisis económica; y una hipoteca que en un
principio sería plenamente segura deja de serlo si la vivienda desciende de
valor o se queda en paro el deudor. En ese caso, los beneficios de la banca
podrían desaparecer e incluso incurrir en pérdidas. Es eso lo que temen los
banqueros y aquellos que en la bolsa están apostando en contra de las entidades
financieras; y por ello han ido a postrarse a los pies del presidente del
Gobierno.
Lo primero era evitar en lo posible que el
dinero que estaba en la banca huyese del sistema, y en ese sentido se ha
encaminado la medida de elevar de 20.000 a 100.000 euros la cantidad
garantizada a los depositantes, que, como bien dice el gobernador del Banco de
España, favorece más a los bancos que a los clientes, ya que en España estos nunca
han perdido sus ahorros.
El segundo objetivo es inyectar a la banca
la liquidez necesaria para que pueda renovar sus deudas y no se vea obligada a
restringir los créditos. A tal efecto, se proyecta emitir deuda pública por
30.000 millones de euros, ampliable a 50.000, con los que obtener recursos
destinados a comprar activos a las entidades financieras. Desde instancias
oficiales se asegura que los activos a adquirir son de óptima calidad, que
están calificados con la triple A por las agencias de valoración, lo que lleva
a Solbes a afirmar que la operación no costará nada a los contribuyentes.
Ya se ha dicho que los activos solventes
pueden transformarse muy pronto en insolventes; pero es que, además, la
referencia a las agencias de valoración suena a chiste cuando estas han dado la
máxima calificación a activos basura que estaban solo respaldados por hipotecas
subprime. El erario público va a asumir en muchos
casos un riesgo, riesgo que no han estado dispuestos a tomar el sector privado
ni los mercados financieros; es por ello precisamente por lo que se ve obligado
a actuar el Tesoro. Para que sea verdad que el coste no termine recayendo en el
contribuyente, el tipo al que tendría que prestarse a las entidades financieras
debería ser lo suficientemente elevado para compensar las eventuales pérdidas
y, desde luego, muy alejado del de suscripción de la deuda pública. De esa
manera, serían las cajas y los bancos los que incurrirían en el coste de la
operación porque también han sido ellos los que en los tiempos de auge han
obtenido abultados beneficios y, al mismo tiempo, se repartiría en función de
lo arriesgada que haya sido la conducta de cada uno.
En todo caso, lo que está por ver es la
eficacia de la medida. Solo puede alcanzarse la finalidad perseguida si la
deuda se suscribe casi en su totalidad en el exterior o con recursos ajenos al
circuito financiero. De nada serviría que el Tesoro inyecte fondos a las
entidades financieras si esos fondos han salido antes de ellas para suscribir
deuda pública. El Tesoro está asumiendo una función que en puridad no le
corresponde, es más propia de un banco central. El Banco de España ha tenido
siempre la consideración de banco de banqueros. Una vez más, la Unión Europea
adopta el papel de perro del hortelano, ni come ni deja comer. Priva de
funciones a los bancos centrales nacionales, pero el Banco Central Europeo no
actúa como tal.