Enseñar
las vergüenzas
Sólo Gore puede impedir que nos
convirtamos en una república bananera». Todas las voces del sistema convergen
en una consigna: «Hay que salvar el país y la Constitución». En realidad, lo
que quieren decir es que hay que preservar el chiringuito, que no se note que
son ciertamente una república bananera. Gore se va enfrentar a enormes
presiones para que acepte la derrota. Saber quién es el ganador es un detalle
sin importancia, lo fundamental es no enseñar las vergüenzas, que no se descubra
la farsa que envuelve lo que llaman «democracia americana», y que tan rentables
resultados proporciona a las clases altas y privilegiadas.
EEUU ha dado muestras de enorme cinismo. Se
ha presentado como el paladín de la democracia, ha pretendido impartir doctrina
y expender certificados oficiales, y todo eso mientras en el exterior
practicaba métodos y apoyaba regímenes dictatoriales y en el interior mantenía
una mascarada. La refriega de Gore y Bush lleva camino de dejar al descubierto
las ingentes trampas del sistema. Algunas se han hecho ya perceptibles: un
hermanísimo gobernador de Florida, unas papeletas ininteligibles para las
clases con menor cultura, unos funcionarios que no ponen ni quitan rey pero
ayudan a su señor y, sobre todo, unas leyes electorales en que no todos los
votos tienen el mismo valor y con las que un candidato puede perder las
elecciones aunque haya sido el más votado.
Pero aún es mucho más lo que puede
desvelarse. Podría quedar al desnudo la sustancia de la que está hecha la pseudodemocracia americana: el dinero. Podría evidenciarse
que los que en realidad votan y dan el triunfo son los dólares, las cantidades
recaudadas de las grandes corporaciones o lobbys de
intereses y las hipotecas en prebendas previamente contraídas con ellos por los
candidatos. En la democracia del dinero no hay lugar desde luego para ninguna
ideología de izquierda y los candidatos no pueden por menos que parecerse, ya
que ambos deben asumir, excepto que quieran ser condenados a la marginalidad,
el ideario del poder económico. Son este mismo poder económico y sus acólitos
de los medios los que no pueden permitir que se descubra el pastel, por eso se
han apresurado a apostar por la concordia y el entendimiento. «Que uno de los
dos acepte la derrota y que no vengan a hundirnos el tinglado».