La
victoria de Tony Blair
Hay un hecho
indiscutible, que Tony Blair y el partido laborista han ganado ampliamente las
elecciones celebradas en el Reino Unido. No está nada claro, sin embargo, que
ello haya representado un triunfo de la izquierda y del socialismo.
La tercera vía, por más que intente disimularlo, poco o nada tiene de socialista, y hay que reconocer,
además, que si no fuera así Tony Blair jamás habría llegado
al gobierno, o al menos no repetiría
mandato. Hoy, en esto
como en tantas
otras cosas, el arquetipo
en materia electoral es Estados
Unidos, y
Gran Bretaña su discípulo más
aventajado. En el esquema en vigor no hay sitio para un
partido socialista, ni para
cualquier formación que sea verdaderamente
de izquierdas.
Resulta una
ingenuidad -ingenuidad que cometemos a menudo- olvidar
que vivimos en una sociedad mediática, y
que el poder
económico y los intereses de una elite
privilegiada estipulan las reglas,
dominan el tablero y controlan hasta
los jugadores de ese juego
al que llamamos
democracia. El sistema
evoluciona hacia un bipartidismo, y hacia la alternancia en el poder
de dos formaciones
claramente de derechas, aunque afirmen
que se sitúan
en el centro. Pueden existir,
qué duda cabe, diferencias entre ambas, pero
mucho más en
la forma que
en el fondo,
y desde luego
ninguna de ellas actuará en contra
de los intereses
de aquéllos que han diseñado
y mantienen la partida.
El resto de
las fuerzas políticas deberán asumir el papel
de comparsas o situarse al margen del sistema.
El sistema
se asienta sobre el engaño
y el embaucamiento, en los que
son agentes destacados, por una parte
los medios de comunicación social cuyos intereses
se entrelazan con los del
poder económico, y por otra
los técnicos, expertos y
creadores de opinión que por
su status suelen pertenecer a las
clases privilegiadas, y que
ven además como su carrera
profesional y, por lo tanto,
sus ingresos, dependen en gran
medida de su
capacidad para adaptarse a la
ideología dominante y colaborar en
la farsa. Son
tanto más técnicos
y tanto más expertos, cuanto
más se acomodan
a lo políticamente
correcto, y
dejan de serlo
tan pronto como se desvían
del guión.
El engaño
se concreta en un discurso
en que nada
es como parece. Las medidas
más reaccionarias se revisten de
progresistas, las insolidarias e injustas de redistributivas, las que favorecen
a unos pocos
de benefactoras de la mayoría,
y siempre bajo
la sombra protectora
de la necesidad
económica. El embaucamiento adquiere también, para muchos, la forma
de un cierto
nominalismo. Permanecen en la creencia
de que un
partido político por el hecho
de llamarse socialista o laborista
sigue siendo un partido de
izquierdas.
Lo
cierto
es que la mayoría
de los partidos
socialistas, ante un sistema político
y económico que les es totalmente
hostil, van optando progresivamente por la acomodación, y sacrifican
su ideología y su programa
en aras de conseguir el gobierno.
En ocasiones la victoria se produce, triunfa electoralmente
el partido,
pero ello nada
tiene que ver
con el triunfo
del socialismo y de la
izquierda.
Los
electores se ven constreñidos a un margen muy estrecho, elegir entre dos
partidos de derechas, que difieren en muy pocos aspectos. Muchos de ellos se
inhiben, con lo que la abstención es cada vez mayor en los diferentes comicios.
En las últimas elecciones británicas los votantes han sido poco más del 50% del
cuerpo electoral. Otros continúan presa de fetichismos que no responden a la
realidad, permaneciendo fieles a determinados partidos, aun cuando éstos apenas
tengan ya que ver con aquellos que apoyaron en otros tiempos. A menudo el voto
de los ciudadanos se determina más en contra, que a favor. En un sistema
bipartidista se vota a una formación política para evitar que gobierne la otra.
No hay victorias, sino derrotas. Nadie gana las elecciones, el otro las pierde.