Alguien se está forrando con la crisis

Las crisis económicas -y por supuesto la actual- están circundadas de todo un cúmulo de mitos que sirven para ocultar la realidad. Se suele hablar de ellas como si se tratase de terremotos, huracanes o inundaciones, fuerzas de la naturaleza, imposibles de prever y controlar. Se utiliza para eludir culpabilidades y conseguir que los ciudadanos acepten como necesarias medidas que en otras circunstancias jamás asumirían. Lo cierto es que sí tienen culpables y, es más, la responsabilidad puede extenderse hacia atrás en el tiempo en un plazo muy prolongado. La responsabilidad de la crisis que padecemos hoy no se puede restringir únicamente al Gobierno de Rajoy, ni siquiera al de Rodríguez Zapatero, hay que remontarse también a los de Aznar, e incluso a los de Felipe González. La causa de los graves problemas actuales se encuentra en buena medida en la Unión Monetaria y en el Tratado de Maastricht. Pero lo que sí es, sin duda, de responsabilidad exclusiva de los Gobiernos de Rajoy y de Zapatero es la respuesta que se está dando a la crisis.

 

Se maneja otra fábula, la del golpe en el pecho, achacando el origen de las dificultades presentes a que todos hemos vivido en el pasado por encima de nuestras posibilidades. Dicho así parece una estupidez, porque dónde está el límite de las posibilidades de cada uno. Desde luego, no se puede aplicar al sector público, que con anterioridad a la crisis presentaba superávit; y en cuanto al sector privado, el reparto en la época de aparente prosperidad ha sido muy desigual. La distribución funcional de la renta ha evolucionado a lo largo de todos esos años en contra de la retribución de los trabajadores y a favor del excedente empresarial. Son los precios los que han subido por encima de los precios alemanes y no los salarios reales, que se han mantenido por debajo.

 

Otra fábula se relaciona con la anterior. Como todos hemos pecado, todos debemos ahora sacrificarnos. Pero lo cierto es que también el coste se está distribuyendo de forma muy desigual y de manera asimétrica a cómo los años anteriores se repartieron las ganancias. Veamos algunos datos que no cuadran. Desde 2007 hasta el 2011 el PIB real ha decrecido alrededor del 3,8%, pero en precios corrientes se ha incrementado aproximadamente en el 1,9%. Es decir que, dado que la población no ha sufrido variaciones significativas, la renta per cápita en euros no solo no ha descendido sino que incluso se habrá incrementado en ese 1,9%, aunque lógicamente ese pequeño aumento no compensará la pérdida en el poder de compra originado por la inflación. Sin embargo, no es esta la percepción que tiene la mayoría de los ciudadanos; sienten que su renta se ha deteriorado mucho más. Los empleados públicos, los parados, los pensionistas, incluso la mayoría de los trabajadores, porque aun aquellos que no hayan visto reducido directamente su salario nominal, sí habrán sentido cómo disminuía su renta disponible debido a la subida de impuestos y a la minoración de prestaciones y servicios públicos. La renta per cápita es una media, con lo que si la renta de una gran mayoría de ciudadanos evoluciona de forma peor que dicha magnitud es que otros, quizás un grupo reducido se están poniendo las botas a su costa.

 

En medio de esa mitomanía se atribuye la crisis a una expansión incontrolada del gasto del Estado. Pero el actual déficit público obedece mucho más a la caída de los ingresos que al incremento de los gastos. Caída que todo el mundo pasa por alto sin analizar y la da como lógica, pero los datos no son tan claros. Siempre se ha afirmado que la elasticidad de los impuestos sobre el PIB nominal es de uno o incluso superior a la unidad. Es decir, que la recaudación, en ausencia de cambios normativos, sigue una evolución similar a la del PIB nominal. Este, tal como se ha dicho, se ha incrementado en un 1,9% desde 2007 hasta 2011. Podríamos explicarnos que la recaudación no se incrementase pero no que descendiese (según datos de contabilidad nacional, el 14% en los impuestos indirectos y el 27% en los directos), lo que resulta tanto más incomprensible cuanto que han existido profundos cambios normativos que deberían haber incrementado los ingresos.

 

Tal comportamiento únicamente puede tener dos explicaciones. La primera es que se ha elevado de manera sustancial el fraude fiscal, lo que no tendría nada de extraño teniendo en cuenta la poca importancia política que se ha concedido en los últimos años a su control. Pero puede haber otra razón, que los impuestos se distribuyen también de una manera desigual y que recaen especialmente sobre los colectivos más castigados por la crisis. El sistema fiscal ha ido evolucionado desde hace bastante tiempo hacia impuestos indirectos y gravámenes sobre las nóminas, es decir, sobre los trabajadores y las clases bajas y medias, que son las que consumen la totalidad de su renta. Pero son estos colectivos los que están sufriendo la crisis con mayor virulencia que las rentas de capital y los beneficios empresariales; de ahí que la recaudación pueda descender en una proporción superior a la que lo hace el PIB.

 

Si en lugar de movernos en el mundo irracional de los mitos estudiamos las cifras y aplicamos la racionalidad, a la conclusión que llegamos es que los colectivos que se lucraron en los años de expansión coinciden en gran medida con los que ahora apenas sufren la crisis y con los sectores que menor carga fiscal soportan. Hay, además, grupos a los que la crisis les está viniendo muy bien para avanzar drásticamente en el desmantelamiento del Estado social, retrocesos sustanciales que van a ser muy difíciles de recuperar.