Londres

Nos hemos acostumbrado a escuchar los discursos más asombrosos. Determinados medios de comunicación, secundados de forma cateta por algunos representantes del PP, han atribuido la causa de que Madrid no haya conseguido la designación de ciudad olímpica para 2012 a la política exterior del actual Gobierno, y más concretamente a que haya abandonado la orientación pro americana del anterior; se basan en que ninguno de los votos de Nueva York en la tercera vuelta fuera para España.

El planteamiento es disparatado. La política se desacredita puesto que el discurso de sus protagonistas aparece siempre trufado de sectarismo. Se desprecia la verdad y se persigue únicamente la rentabilidad electoral. Lo malo es que se hace de forma tan burda que los mensajes pierden toda credibilidad. Nadie pone en tela de juicio que los intereses más bastardos están presentes en el Comité Olímpico. ¿Cómo dudar de ello cuando para impedir la generalizada corrupción se les ha tenido que prohibir que visitasen los países candidatos? Los lobbies políticos y no políticos funcionan a tope. Pero reconducir todo a si nos llevamos bien o mal con EEUU es una simpleza, entre otras razones porque si el poder olímpico de EEUU fuese tan grande, Nueva York hubiese resultado triunfadora y no habría sido eliminada antes que Madrid. Tampoco parece lógico que, de ser esos los motivos, la mitad de los votos de Nueva York se hubiesen dirigido a París como así ocurrió, y en cualquier caso cabe suponer que si de fidelidades yanquis se trata, Londres se encontraría invariablemente mejor situada que Madrid. Y si continuamos con futuribles, quién nos dice que lo que hubiese ocurrido de continuar la política pro yanki del anterior Gobierno no hubiese sido que muchos de los votos conseguidos por Madrid habrían optado por otro candidato.

Dejémonos de necedad y suposiciones y agarremos el toro por los cuernos. ¿Se puede afirmar seriamente que la postura frente a un tema tan grave como la guerra de Irak puede estar condicionada a que Madrid sea o no sede olímpica? Londres de buena gana hubiera renunciado a su triunfo el seis de julio con tal de no haber sufrido el atentado del día después. Y no se diga que el terrorismo islamista no tiene nada que ver con la guerra de Irak. Sus mismos apologistas la han relacionado, al proponer como uno de los motivos de la invasión combatir el terrorismo. Las causas de éste sin duda son múltiples y diversas, pero lo que resulta difícil de negar es que guerras como la de Irak lo han potenciado, y que, en los países cuyos gobiernos han defendido e impulsado esta contienda, el riesgo de atentados se ha multiplicado exponencialmente.

Pero abandonemos todo fariseísmos, porque el problema tiene dos caras: la de víctima pero también la de verdugo. EEUU, Gran Bretaña o España pueden considerarse víctimas del terrorismo islamista, pero a su vez también terroristas o cómplices del terrorismo. ¿Cómo no condenar la violencia loca que asesina a personas inocentes en un metro o en un autobús? Pero, por el mismo motivo, habría que condenar el brutal terrorismo de los que desde aviones o tanques bombardean pueblos o ciudades. ¿Acaso estos muertos son de segunda clase? Las sociedades occidentales se estremecen con las escenas dantescas del 11-S, del 11-M o del 7-J, pero olvidan las que ha sufrido la población civil en guerras injustas y ofensivas en Afganistán, Irak o Palestina. Existe además un agravante, los iraquíes por ejemplo no podían echar del poder a Sadam Hussein, pero los americanos sí han podido expulsar a Bush y no lo han hecho, y los ingleses a Tony Blair, y tampoco.