La
importancia del impuesto de sociedades
Vaya por delante mi
agradecimiento a Miguel Sebastián. Sus colaboraciones en el diario “El Mundo”
son una fuente inagotable a la hora de inspirarme temas y argumentos para mis
artículos. Sus escritos constituyen un buen ejemplo de lo que podemos llamar
economía ficción, conjunto de verdades a medias –y no olvidemos que éstas casi
siempre terminan por resultar
las más peligrosas de las mentiras– orientadas a demostrar una tesis
preconcebida, tesis que, ¡oh, milagro!, siempre está sesgada hacia la derecha.
Hace algunas semanas
(domingo 20 de enero), encabezaba su colaboración con el título: “Rajoy
descubre el impuesto de sociedades”. Iba ello a propósito de los cinco puntos
que el líder del PP ha prometido bajar en el tipo de este gravamen. Lo lógico
sería pensar que el artículo, escrito por quien se define de izquierdas y ha
sido candidato del PSOE en las elecciones pasadas, se dedicaría a criticar la
medida; pues nada más lejos de la realidad, la crítica dirigida al PP era por
no haber acometido tal reforma en sus ocho años de gobierno.
Para respaldar su
tesis, el señor Sebastián nos obsequia con un gráfico en el que se representa
año por año, desde 1995 hasta el 2008, la diferencia existente entre el tipo
del impuesto de sociedades en nuestro país con respecto al tipo medio resultante en
Lo primero que
habría que preguntarse es el detalle por países. La OCDE, al igual que la UE
ampliada, es un conglomerado muy heterogéneo y por lo tanto la media no viene a
ser muy representativa, y desde luego lo son menos los únicos casos
particulares que el señor Sebastián cita, Irlanda, Bulgaria o Chipre. Pero es
que, además, cualquier persona un poco versada en materia fiscal sabe que en un
tributo el tipo nominal dice muy poco y que lo importante es el tipo efectivo,
es decir, el que resulta después de haber tenido en cuenta todas las deducciones, desgravaciones
y exenciones fiscales previstas.
Cuando se analiza el impuesto de sociedades español se comprueba las múltiples
modificaciones introducidas desde 1991 que, poco a poco, han ido vaciando de
contenido el impuesto, de manera que se ha abierto una profunda brecha entre el
tipo nominal y el tipo efectivo, sobre todo si tomamos en consideración la
extraordinaria deducción por doble imposición aprobada en 1991 que compensa con
creces, al menos para los nacionales, en el impuesto sobre la renta de personas
físicas lo tributado en el de sociedades.
El señor Sebastián
fundamenta la bondad de la medida en la virtualidad que esta tiene para atraer
inversión y capital extranjeros. El argumento, desde luego, no es muy original
y hace tiempo que se emplea por todos aquellos que pretenden desmantelar el
Estado social y retornar al liberalismo salvaje del siglo XIX. Puesto que el
capital puede moverse libremente, impone sus condiciones: eliminación de todo
tipo de impuesto a las empresas y al capital, reducción de los salarios y de los derechos de los
trabajadores.
No obstante, las
cosas no son tan mecánicas como nos quiere hacer creer el señor Sebastián.
Precisamente nuestro país, que según él ha mantenido en los últimos diez años
una desventaja comparativa en el tipo del impuesto de sociedades, ha sido de los que más ahorro exterior han atraído, aunque solo sea por la necesidad de compensar
el desmesurado déficit de nuestra balanza de pagos. Y es que son muchas las
variables que influyen en la inversión extrajera y más importante que el
impuesto sobre el beneficio es el beneficio mismo, y es evidente que éste en
España ha alcanzado niveles muy suculentos para la mayoría de las empresas,
solo hay que ver cómo ha evolucionado en estos años la distribución de la
renta, totalmente favorable al excedente empresarial y en contra de la
retribución de los trabajadores.
El señor Sebastián,
como buen profesor, nos cita uno de esos trabajos académicos fruto de
laboratorio que cree que la pluralidad de la sociedad se puede modelizar. Así, en el cúmulo del disparate llega a
cuantificar que la actividad económica aumenta anualmente y de forma permanente
el 1,1% por cada diez puntos que se reduce el tipo del impuesto de sociedades.
Y para cerrar el círculo afirma que, como consecuencia de ese incremento de
actividad, la recaudación fiscal no se reduciría. Al tener noticia de estudios
tan concienzudos uno no puede por menos que acordarse de Jamess
Usser, arzobispo de Armagh,
Irlanda, que allá por 1650, estimó con toda precisión, también desde su
gabinete de estudios, que el mundo había sido creado el mediodía del 23 de
octubre del 4004 a. J.C.
Todos esos análisis
económicos teóricos parten del mismo error: tomar en consideración
exclusivamente algunas variables suponiendo que las demás permanecen
constantes; pero éstas, al igual que afirmaba Galileo de la tierra, se mueven.
Todos los que basan la competitividad de la economía en la reducción de
impuestos o en la flexibilidad del mercado laboral, lo que es sinónimo de
menores salarios, se olvidan o quieren olvidarse de que los otros países pueden
reaccionar a su vez de la misma manera, neutralizando cualquier efecto, ni
entrada de inversión extranjera, ni incremento de la actividad, el único
resultado que se produce es una carrera hacia el infinito, o más bien hacia
cero, pues en eso quedarían con esta filosofía todos los impuestos progresivos.
Parece ser que los señores Sebastián y Rajoy han
descubierto la importancia del impuesto de sociedades, aunque yo lo que creo
que de verdad han descubierto es la importancia de que el impuesto no tenga
importancia. Hace ya muchos años, allá por 1986, con la firma del Acta Única algunos
ya pusimos sobre la mesa la gravedad que
tendría asumir la libre circulación de capitales sin una previa armonización
fiscal, lo que conduce inevitablemente a que impuestos como el de sociedades,
el de sucesiones, el de patrimonio o el gravamen sobre el capital dejen de
tener importancia como ahora quieren
convencernos desde partidos antagónicos, aunque los dos en la derecha, tanto el
señor Sebastián como el señor Rajoy.