DAVID Y GOLIAT

 

Cada verano suele tener su culebrón. El de este año, además, con un cierto carácter épico: David contra Goliat, Tomas Gómez negándose a aceptar la cacicada de Zapatero. Al menos ha demostrado –¡qué diferencia con Lucas!- que tiene dignidad y que no está dispuesto a que le manejen como un títere. Y eso ya es mucho, tal como anda la política.

 

Zapatero es propenso a lanzar paracaidistas sobre el PSOE de Madrid, lo que desde luego no le ha proporcionado resultados demasiado buenos. Comenzó cuando aún no estaba en el Gobierno. Pactó con Simancas, entonces secretario general de la FSM, que Trinidad Jiménez se presentase como cabeza de lista a la alcaldía de Madrid. Simancas, con tal de salvar su candidatura a la Comunidad, aceptó la imposición. El portavoz del PP ha manifestado maliciosamente que de aquella campaña sólo recuerda la chupa de cuero; yo lo único que recuerdo es lo de las ilusiones. Trinidad Jiménez se pasó toda la campaña afirmando que tenía mucha ilusión. En eso consistió todo su discurso. De tal manera que algunos le pusimos socarronamente el apodo de señorita ilusiones. Ahora, con eso de ser ministra, es más conocida, pero parece ser que el contenido de su discurso político ha cambiado poco.

 

Más tarde, en las elecciones de 2004, Zapatero sorprendió a la opinión pública anunciando que contaba para número dos de la lista por Madrid, que él mismo lógicamente encabezaba, con un personaje de extraordinario prestigio y relevancia. La expectación fue enorme, y en aumento según iba pasando el tiempo y el nombre del afortunado no se daba a conocer. Debieron de fallarle todos los candidatos –es habitual en Zapatero cocinar la pieza antes de cazarla- porque terminó colocando a Mercedes Cabrera que, si ahora, después de ser ministra, no es muy popular, entonces era una total desconocida, una profesora más de la Universidad de Madrid. La política es ingrata y personas como Almunia o Leguina, con muchos años de militancia, se vieron desplazados de las listas por una advenediza cuyos méritos eran un misterio. Pero tragaron.

 

El fenómeno volvió a suceder en las últimas elecciones a la alcaldía de Madrid. De nuevo, anuncios, expectación, se supone que negativas, y a echar mano de Miguel Sebastián que cosechó un fracaso de lo más estrepitoso.

 

En la actualidad, vuelve a las andadas con Trinidad Jiménez, aduciendo un argumento un tanto estúpido, el de las encuestas, unas encuestas fantasma que nadie ha visto, y seguro que se pueden interpretar de muy diversas maneras. No siempre el más conocido es quien obtiene mejores resultados electorales. La prueba está en el mismo Zapatero, su triunfo en el 35 Congreso se debió en parte a que era un desconocido. Bien es verdad que en cierta medida también se debió a que Trinidad Jiménez empleó sus buenos oficios ante Felipe González, de quien había sido secretaria, para que éste no se inclinase claramente por Bono.

 

Trinidad Jiménez ha comenzado con mucha ilusión, y engañando –mal inicio. Nos quiere hacer creer que no es la candidata de  Zapatero y que éste no le ha pedido que se presente, sino que más bien el Espíritu Santo, en forma de paloma o de ilusión, ha descendido sobre ella, mostrándole que su candidatura es imprescindible para derrotar a Esperanza Aguirre. Y aún pretende algo más, que nos creamos que Tomás Gómez parte con ventaja, cuando palmariamente se trata de un nuevo episodio de David contra Goliat.

 

Desde una agrupación regional y si se gobierna en la Comunidad respectiva, se puede desafiar la autoridad de la dirección nacional siempre que ésta no tenga el gobierno de España. Es el caso de Esperanza Aguirre en el PP. Pero que un líder regional sin gobernar en su Comunidad Autónoma se atreva a desafiar al líder nacional, que es también presidente del Gobierno, es una osadía –pero también un símbolo de que no todo es lícito- y sus esperanzas de éxito, reducidas. Son muchos los mecanismos que otorga el poder, incluyendo los mediáticos. Pero, quién sabe, a lo mejor una vez más David vence a Goliat.

 

La prueba de que Zapatero no las tiene todas consigo es que se niega a que Trinidad Jiménez abandone el ministerio, lo que sin duda es impresentable. No se puede estar en la procesión y repicando las campanas, sobre todo si se nombra coordinador de la campaña electoral de la ministra a su propio secretario general de Política Social. Resulta difícil alejar la sospecha de que no se vayan a instrumentar los medios del ministerio a favor de la flamante candidata. Aunque, por otra parte, puede producirse un efecto positivo. Quizá descubramos que el departamento funciona mejor sin su titular.