Con
una lata al rabo
Decían que un
francés con una idea en la cabeza es como un perro con una lata atada a la
cola. Podría hacerse una traslación: un político nacionalista con una
reivindicación ─y el problema es que
tienen siempre muchas─ es como toda una
jauría de canes, cada uno con su lata correspondiente.
En este país que es España, si se le puede
seguir llamando así, parece que solo existen los vascos y los catalanes. Solo
ellos tienen problemas; solo ellos tienen necesidades; solo ellos tienen
pobres; solo ellos pueden emplazar, chantajear y amenazar al Gobierno central.
Este comportamiento viene siendo una constante desde la
Transición , pero el victimismo y las
presiones se han hecho insostenibles a partir de la pasada legislatura, en la
que la desastrosa política territorial practicada por el Gobierno Zapatero (es
imposible llamarle gobierno socialista) ha dado más alas a los nacionalistas,
ha convertido en nacionalistas a los que hasta entonces no lo eran, como el
PSC, y ha dejado indefensos al resto.
Desde hace algunos días, y a pesar de estar
inmersos en una crisis económica de impredecibles consecuencias, parece que el
único problema grave que tiene este país es que se incumple el Estatuto
catalán, ya que ha pasado el nueve de agosto sin que se haya logrado un acuerdo
en cuanto a la financiación de la
Generalitat ; no sobre la
financiación de Cataluña, como se suele decir, porque de Cataluña son tanto el
presupuesto de la
Generalitat como el de la
Administración Central.
Apenas han comenzado a surgir los problemas
derivados del Estatuto catalán, que ciertamente van a ser muchos. Las huidas
hacia delante tienen siempre consecuencias nefastas y Zapatero, no sabiendo
como salir de la ratonera en que se había metido con lo de “Pascual, yo me
comprometo a aprobar en Madrid lo que venga de Cataluña”, tiró por la calle del
medio e hizo que su partido y el Parlamento español aprobasen una ley que no
solo es anticonstitucional sino, algo peor, atenta contra los principios del
sentido común y contra los postulados más elementales de la
justicia. Además , no todo lo que es
constitucional es coherente y justo.
Aunque se trata de un tema menor, resulta
irracional fijar en una ley una fecha límite para llegar a un acuerdo, acuerdo
que como mínimo depende de dos partes y, por lo tanto, ninguna de ellas puede
comprometerse al cien por cien. Aparte de que en este caso el acuerdo debería
depender de dieciocho, porque esta es otra de las incongruencias del Estatuto,
exigir que la negociación tenga que ser bilateral. La financiación de una
Comunidad Autónoma incumbe por fuerza a todas las demás.
Incumplir el plazo establecido en una ley,
aun cuando su realización dependa exclusivamente del gobierno, ha sido algo
bastante usual. Por poner un ejemplo, desde 1979
a 2003, las distintas leyes de presupuestos venían
recogiendo año tras año la obligación del ejecutivo (por supuesto de distintos
colores) de presentar en el plazo de doce meses un proyecto de Ley General
Presupuestaria, mandato que también, año tras año, se incumplía aunque, por
cierto, nadie se rasgaba las vestiduras. Pero ya hemos dicho que un político
nacionalista, o similar, con una reivindicación...
Se han disparado todas las alarmas. Se ha
empezado a escuchar el cacareo y las letanías. “No se puede asfixiar a
Cataluña”... cualquiera lo diría. “Cataluña tiene un importante déficit de
servicios sociales”; es posible que como otras muchas
Comunidades Autónomas y como toda España. O se pretende afirmar que su déficit
es mayor, si bien en este caso habría que preguntarse el porqué. ¿Acaso tenga
algo que ver el tres por ciento (u otro porcentaje más elevado) de las
comisiones que denunciaba el propio Maragall? ¿O quizás es que se emplean los
recursos para objetivos identitarios o para ejercitar
competencias que no se tienen, como la subvención del catalán y crear
delegaciones de la
Generalitat en el extranjero?,
¿o tal vez la explicación se encuentre en que los sueldos de los
funcionarios y de los altos cargos son más elevados que en otras Comunidades?
Se manejan estudios construidos ad hoc para
demostrar el número reducido de empleados públicos que tiene la
Generalitat en comparación con otras Comunidades.
Independientemente de lo sesgado que pueda estar el análisis, este hecho en
ningún caso puede ser ejemplo de austeridad administrativa, en primer lugar
porque las necesidades no se pueden medir solo en función del número de
habitantes, lo que resulta también aplicable a efectos de cuantificar la
financiación autonómica; pero, en segundo lugar y mucho más importante, porque
la causa puede encontrarse en que se haya optado por externalizar los servicios
con un coste más elevado, mayor descontrol y peores prestaciones a los
ciudadanos. En ese mayor coste se puede encontrar también una explicación del
déficit que dicen tener de servicios sociales.
Con todo, lo más indignante es ese discurso
de la solidaridad y el agradecimiento. La política redistributiva de un Estado,
bien sea entre personas o regiones, no es graciable, sino obligatoria; la
obligación que se desprende de los principios de equidad propios de un Estado
social e inscritos en la
Constitución. No hay nada que agradecer. Solo la enorme
distorsión que se puede estar produciendo en el ámbito político puede explicar
que se llame solidaridad graciable a lo que es equidad redistributiva.
Luis Velasco, desde
estas mismas páginas virtuales de Estrella Digital, escribía la semana pasada
un artículo que titulaba: “Los nacionalistas ¿son tigres de papel?”. Lo
suscribo desde el principio al fin, también la conclusión, los nacionalistas
pueden ser tigres de papel, pero dejan de serlo cuando desde los partidos
estatales se adoptan, por motivos electorales, los mismos comportamientos.
Únicamente cabe una solución, volver a empezar, con un gran pacto estatal,
diseñando de nuevo el modelo. Por desgracia, no parece que se esté dispuesto a
ello.