Botín
y Zapatero
Dicen las malas
lenguas, pero bastante fiables, que aquella tarde del domingo 14 de marzo,
cuando aún no se conocían los resultados electorales, un eminente banquero,
mecenas de algunas universidades, llamaba a un insigne rector, amigo de
Zapatero y que tiempo atrás había ocupado puestos muy relevantes en el PSOE y
en el Estado, para decirle que su partido había ganado las elecciones y que
Pedro Solbes tenía que ser el nuevo ministro de Economía. Los banqueros pueden
permitir que se juegue con todo menos con el dinero, y ante las expectativas un
tanto inciertas que se abrían con el nuevo gobierno había que afianzar la
economía.
No puede extrañarnos, por tanto, que
Zapatero y Botín hagan su aparición ahora
como matrimonio de conveniencia, pareja de hecho. Les unen en esta ocasión unos
mismos intereses. Si Solbes -que al fin al cabo
sabe algo de economía- no puede por menos
que hacer matizaciones y presentar el futuro con ciertas cautelas, Zapatero,
cuyo objetivo prioritario es ganar las próximas elecciones, no duda en adoptar
el tono y los mensajes más triunfalistas, con la esperanza de que el ensueño
dure al menos hasta marzo, después ya veremos.
Rajoy juega en campo contrario y se dedica a
agrandar la crisis y a pintar un panorama negro, a ver si así arranca votos de
cara a las elecciones generales. El peligro que puede correr es pasarse de
rosca como con el estatuto catalán y asumir
un tono catastrofista, fácil de descalificar porque los problemas siempre son
graduales y a corto plazo nunca ocurren los desastres anunciados.
Botín, en estas circunstancias, tiene que
estar con Zapatero, no solo porque se sienta responsable del nombramiento del
ministro de Economía y Hacienda, sino porque los mayores enemigos de los
banqueros son la desconfianza y el miedo. Todo banquero dirá que no pasa nada
hasta un minuto antes de
Botín debe de estar encantado con la
política económica de este Gobierno, por lo mismo que estaba entusiasmado con
El endeudamiento brutal de las familias no
es un fenómeno que se haya generado ayer. Todos sabíamos que estábamos
creciendo a crédito. Nuestro crecimiento económico se ha basado en buena medida
en el consumo privado y en el auge de la construcción, y detrás de ambas
variables se encuentra el endeudamiento de las familias, fenómeno que no puede
ser indefinido. Lo triste es que incluso nada de este crecimiento ha revertido, como ya se ha dicho, en los asalariados sino que ha servido para engrosar el beneficio de los
empresarios. Es decir, unos se endeudan y otros se ponen las botas.
Es de sobra conocido
que ese endeudamiento de las familias, unido al mantenimiento constante de un
diferencial de inflación con respecto a los restantes países del euro, estaba
generando un récord en el déficit exterior que alcanza niveles jamás conocidos,
no obstante haber sido éste un problema endémico de nuestra realidad económica.
Es curiosa la aversión que el pensamiento oficial tiene por el déficit público
y la tolerancia con que se contempla el desahorro de las familias, cuando desde
el punto de vista macroeconómico tienen efectos similares.
Nada de esto es nuevo. Era claro que tras el España va bien de Aznar o los discursos
triunfalistas de Zapatero se escondía
una realidad económica inestable, riesgos e incertidumbres que antes o después habrían de sacarnos de nuestro
ensueño. La subida de tipos de interés por parte de un BCE obsesionado con la
inflación, la desregulación del sistema financiero internacional permitiendo a
las entidades toda clase de desmanes y una política agrícola europea caótica,
pueden ser los detonantes que precipiten