Por
los caminos de España
En
este mundo de la política en el que nada es lo que parece, en él está prescrito
el rigor y se permite toda clase de mentiras e inexactitudes, el candidato
republicano Mitt Romney ha
declarado que no quiere que EE.UU. siga el camino de España que gasta el 42%
del PIB en el gobierno (en realidad, quiso decir en la administración, o en el
Estado). Romney escogió sin duda un mal ejemplo,
porque a la economía española se le pueden reprochar muchas cosas, pero no
precisamente tener un gasto público muy elevado.
El
gasto total de todas las administraciones públicas ha sido en 2011 en España 6
puntos del PIB inferior al de la media de la Europa de los 15; 14 puntos al de
Dinamarca; 12 al de Francia; 10 al de Bélgica; siete al de Italia, Holanda y
Austria. La diferencia con Alemania es menor, tan solo 2 puntos superior al de
España, aunque hay que tener en cuenta que se trata de la Alemania unificada y
que la financiación de su deuda le está saliendo gratis, debido a los altos
tipos de interés que pagamos otros países. Eso explica que cuando en el resto
de los Estados la crisis ha incrementado el porcentaje del gasto respecto al
PIB el país germánico haya podido reducirlo de 2009 a 2011 en 2,5 puntos.
Cualquier
otro país europeo que Romney hubiera escogido habría
sido, en efecto, más apropiado. Bien es verdad que entonces el argumento no le
serviría, porque esas naciones no tienen los problemas económicos que sufre
España. Pero los males que padece la economía española nada tienen que ver con
el montante del gasto público de nuestro país que, como se ve, es muy inferior
al de la media europea. Es más, en 2007, justamente antes de la crisis, el
sector público español presentó un superávit en sus cuentas de un 1,9% del PIB,
y un nivel de endeudamiento del 36% del PIB, casi la mitad que el de Alemania
(66,7%) y del de Francia (64,2%), y a años luz del de Italia (103,1%). Los
problemas de las finanzas públicas no han sido la causa de la crisis española
sino, más bien, su efecto.
Tradicionalmente,
EE.UU. ha mantenido un nivel de gasto público inferior al de la mayoría de los
países europeos, pero eso tanto con gobiernos demócratas como con republicanos
y, desde luego, la diferencia con nuestro país ha sido siempre de las menores. De cualquier modo, el candidato Romney, como todos los neoliberales, confunde la velocidad
con el tocino, porque no se puede identificar el porcentaje del gasto público
sobre el PIB con la parte de la economía que se dedica al gobierno, a la
administración o a los servicios públicos, tal como insinuó. En medio se
encuentran todo tipo de transferencias y prestaciones, entre ellas las pensiones,
que constituyen una porción muy importante del gasto público que retorna a los
ciudadanos. Una de las causas por las que el nivel de gasto público es mayor en
los Estados de Europa que en EE.UU. es porque este país tiene en buena medida
externalizadas las pensiones.
No
obstante, Romney acertó y se equivocó. Acertó en
identificar los caminos de la economía española con los de la norteamericana.
Pero se equivocó en el tiempo del verbo, porque ha sido en el pasado cuando se
ha producido esa identificación. Ambos países han sufrido una importante
burbuja inmobiliaria, ambos soportaron en los años anteriores a la crisis un
enorme déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente y un excesivo
endeudamiento exterior (en el caso de España debido al sector privado; en el
caso de EE.UU., tanto al sector privado como al público), y por último, ambos
países sufrieron gobiernos conservadores (Bush en EE.UU., Aznar en España) que
desmantelaron sus respectivos sistemas fiscales.
Pero
también hay sustanciales discrepancias, de ahí que EE.UU. haya casi superado la
crisis y en cambio España cada año se hunda un poco más. La principal
diferencia es que España, al contrario de EE.UU., no tiene moneda propia y no
ha podido devaluar; tampoco posee un banco central similar a la Reserva Federal
que esté dispuesto a practicar una política monetaria expansiva y que respalde
en el mercado los bonos soberanos. Además, España se ve obligada, por su
pertenencia a la Eurozona, a practicar una política fiscal enormemente restrictiva,
impuesta por Merkel y por el BCE. Los problemas
económicos de España no provienen, tal como afirmó de forma frívola Romney, de un elevado nivel de gasto público, sino
precisamente de verse obligada a implantar una política parecida a la que el
candidato republicano quiere aplicar en Norteamérica en caso de ganar las
elecciones.