El
margen y las medidas económicas del gobierno
Ha vuelto a
la palestra una palabra maldita: “margen”. En otros tiempos, la emplearon con
asiduidad los ministros de Economía, tanto Boyer como
Solchaga, incluso González, el presidente del Gobierno. Echaban siempre mano de
ella para contestar a las reivindicaciones de los sindicatos. Por ejemplo, en
la huelga del 14 de diciembre de 1988, no hay margen, decían. En la actualidad,
las organizaciones sindicales no hacen demasiados requerimientos. Sin embargo,
el vicepresidente económico afirma que ya se ha agotado el margen.
Hoy como
ayer, la contestación ha de ser similar, margen ¿para qué? Porque lo cierto es
que sí parece que exista para ayudar a los bancos en crisis. Pero es que,
además, ante la profundidad de la recesión en que nos adentramos, el déficit
público adquiere una importancia secundaria y así lo están entendiendo en la
mayoría de los países europeos. Este enfoque debería ser tanto más evidente
para España en cuanto que el nivel de endeudamiento de nuestro sector público
es muy reducido.
Las medidas
aprobadas para, según proclaman, ayudar a las familias tienen algo en común, un
coste muy bajo para el tesoro público, pero por eso mismo se puede prever que
su eficacia va a ser también nimia. Parecen escogidas no tanto por ser las
adecuadas, sino más bien para justificar políticamente al Gobierno con un
mínimo impacto en el presupuesto.
Las
referentes a la vivienda son poco onerosas para el erario público. Prórroga en
el ahorro de cuenta vivienda, la ampliación del plazo de exención para
reinvertir las plusvalías o ajustar las retenciones para aquellos que tengan
deducciones, son todas ellas actuaciones que simplemente dan más facilidades a
los contribuyentes, pero que no significan reducción de gravámenes, todo lo
más, cambios en su periodificación. El mismo hecho de
aplazar el pago de las hipotecas es tan solo una moratoria y caben muchas dudas
de que pueda solucionar el problema a los beneficiarios, dadas las múltiples
condiciones establecidas. Aparte de que, como ocurre siempre con este tipo de
medidas, tienen mucho de arbitrario, ¿por qué estas cantidades y no otras? La
primera y más grave discriminación comienza con la decisión de incentivar una
vez más la compra y no el arrendamiento. Es muy posible que las bolsas de mayor
necesidad se encuentren entre los alquilados.
Algo
parecido ocurre respecto a la posibilidad de disponer del 60 por ciento -en
lugar del 40 por ciento como ahora- del seguro de desempleo para emprender un
negocio. Se trata únicamente de un anticipo sin coste alguno para la hacienda
pública. Por otra parte, cuesta entender que en un momento en el que se cierran
empresas y fábricas haya muchas personas dispuestas a embarcarse en una nueva
aventura. En cierto modo, puede tratarse de disfrazar parcialmente las cifras
de paro trasladando el mayor número posible de desempleados al colectivo de los
autónomos, que en una buena proporción es paro encubierto.
Las únicas
actuaciones que sí van a repercutir en las finanzas públicas son las llamadas
pomposamente políticas activas de empleo, que, en definitiva, son subvenciones
a los empresarios. Su efectividad es muy dudosa. Es difícil que un empresario
se decida a contratar por una bonificación, por muy suculenta que sea, si no
sabe qué hacer con el trabajador. La contratación va a depender básicamente de
la demanda que tengan las empresas, haya o no haya bonificaciones. Para lo que
van a servir sin duda las bonificaciones serán para que los empresarios se
embolsen un dinero público por cada trabajador que contraten, contratación que
hubiesen hecho en cualquier caso.
Otras son
las medidas que se deberían haber adoptado. Ampliar sustancialmente la
cobertura del seguro de desempleo e incrementar las inversiones públicas. Ambas
actuarían de forma significativa sobre la demanda y, por consiguiente, sobre el
empleo, y seguramente constituirían una ayuda a las familias de mayor eficacia
que las propuestas. Por supuesto, tendrían un coste mayor para el erario
público, y siempre habrá alguien que afirme que no hay margen. En crisis como
la actual, la capacidad o no de salir de ella depende en gran parte de la
pericia de los gobernantes para articular una política monetaria y fiscal
expansiva superando ciertos dogmas trasnochados. Por desgracia, la política
monetaria instrumentada por el Banco Central Europeo ha sido nefasta y aún
continúa siéndolo. Esperemos que no haya que dar la misma calificación a la
política fiscal del Gobierno.