El estado de
bienestar de los empresarios
Hace casi cuarenta años que el profesor
norteamericano Jammes O’Connor
pronosticó la crisis fiscal del Estado. No situaba la causa en una explosión de
los gastos sociales, sino en la traslación que los empresarios podían hacer de
sus costes hacia el sector público. Lo cierto es que si hoy aparece como
posible la suspensión de pagos de un Estado desarrollado (lo que tan sólo unos
años atrás se hubiera considerado quimérico) tal posibilidad no obedece al
incremento de las pensiones ni al gasto en sanidad, sino a que los gobiernos
han tenido que salir en ayuda de las entidades financieras y de las grandes
empresas.
En España se ha querido presentar una
visión idílica haciéndonos creer que la crisis no ha afectado a nuestras
entidades financieras, lo que no es demasiado exacto, ya que en la práctica
están recibiendo cuantiosas ayudas del sector público, instrumentadas además de
la peor forma posible, mediante préstamos que no está claro que vayan a ser
cobrados y mucho menos el cuándo. Y ello sin contar el oscurantismo que rodea
todo lo relacionado con el FROB y el hecho de que pueden estar en buena medida
sin aflorar todos los agujeros, entre otras razones porque el Estado está
manteniendo a flote de forma artificial a las constructoras. Buena prueba de lo
dicho se encuentra en las subvenciones aprobadas en los pasados presupuestos
para financiar a las concesionarias de autopistas con dificultades económicas.
De cara a los presupuestos del ejercicio
próximo, ya se han puesto de acuerdo los dos grandes partidos políticos, el
PSOE y el PP, junto con CiU para apoyar en los
venideros a las autopistas con pérdidas. CiU ha
introducido una enmienda por la que el Estado se compromete, en el supuesto de
que el tráfico sea inferior al 80 por ciento del previsto cuando se licitaron,
a sufragar
Detrás de las concesionarias se
encuentran en calidad de accionistas las principales constructoras del país y
detrás de ellas, a su vez, los bancos, ya que se estima que la deuda a la que
no se puede hacer frente asciende a 4.000 o 5.000 millones de euros, que sitúa
por tanto a aquéllas al borde de
Situaciones como la descrita dejan al
descubierto la mentira de ciertos discursos acerca de la bondad de las
privatizaciones de los servicios públicos. En el fondo, el riesgo lo acaba
asumiendo siempre el sector público. Se trata, para variar, de privatizar los
beneficios y de socializar las pérdidas. Esto es lo que se llama Estado
benefactor, pero de los empresarios.