El tiro por la culata

Los hechos han ido contradiciendo y dejando en entredicho los motivos y razones que Bush y su séquito habían esgrimido para invadir Irak. Ni siquiera uno de los objetivos planteados se ha cumplido. Las armas de destrucción masiva únicamente existían en la imaginación de los halcones de Washington y en alguno que otro de la tercera vía como Tony Blair. Donde se encuentran es en Israel, pero los judíos son terroristas buenos. Sadam, como todo el mundo ya sabía, sólo constituía una amenaza para su propio pueblo.

No parece tampoco que la libertad y la democracia hayan llegado a Irak con los tanques americanos. Lo único que de verdad se ha hecho presente ha sido el caos, la anarquía, la destrucción, la muerte, la miseria y el hambre. Sadam era un tirano, pero -puestos a elegir tiranos- es posible que los iraquíes prefieran a los nacionales. Las fotos que estos días dan la vuelta al mundo, y las que según Rumsfeld nos quedan por ver, nos ilustran sobre cómo, en materia de tortura, los marines no tienen nada que envidiar a Sadam Husein. En cualquier caso, igual que sucedió en España en 1808, una vez más se pone de manifiesto que la ilustración no puede imponerse por la fuerza de las armas.

En cuanto al terrorismo internacional, la invasión en lugar de atenuarlo ha servido para acrecentarlo. Hoy el peligro es mucho mayor. En España se ha dado buen testimonio de ello. El mundo es más inseguro y desde luego la estabilidad no ha llegado al medio oriente. El contencioso israelí-palestino lejos de resolverse está más enconado; el odio de las sociedades árabes hacia los occidentales en general y hacia los americanos en particular ha adquirido cotas jamás conocidas. A su vez, el riesgo de que en Irak se termine por constituir un estado fundamentalista es cada vez más evidente, lo que por otra parte era de prever que sucediese con la ofensiva.

Pero es que hasta los objetivos más pragmáticos y materialistas que pudieran imaginarse han resultado fallidos. Si alguien pensaba que la guerra iba a servir para abaratar el petróleo y garantizar su suministro se ha confundido radicalmente. Las múltiples incertidumbres que la contienda y sus secuelas están introduciendo, entre ellas la posibilidad de ataques terroristas sobre instalaciones petrolíferas en la propia Arabia Saudita, han originado que el precio de los carburantes se haya instalado en un máximo histórico, poniendo en peligro incluso la incipiente recuperación económica.

La invasión de Irak ha tenido sin embargo algunos efectos positivos, por los que sin duda se ha pagado un alto precio. Efectos colaterales podríamos denominar, aunque en este caso provechosos. La soberbia y prepotencia americanas han quedado por los suelos. Contrariamente a lo que algunos piensan, Bush no es una anormalidad del sistema sino la conclusión lógica de un proceso asumido por el pueblo americano y que tendía al fascismo en el orden internacional. El nuevo orden ya proclamado por Clinton partía de EEUU como potencia hegemónica y con capacidad, en compañía del resto de países occidentales postergados al papel de comparsas, para ordenar, dictaminar e intervenir a su antojo en todas las latitudes.

Bush y los halcones de Washington únicamente extrajeron, eso sí, con zafiedad, las conclusiones a las premisas antes planteadas. Pero han sido esa misma zafiedad y el llevar el argumento a sus últimas consecuencias los que han hecho saltar por los aires todo el andamiaje y han dejado al descubierto las contradicciones sobre las que se asentaba el edificio. Las monstruosidades cometidas en la invasión y ocupación de Irak han puesto en cuestión no sólo la legitimidad de esta guerra sino la de todas las anteriores en las que una autodenominada comunidad internacional se arrogaba el derecho de intervenir en el resto de los países imponiendo su modelo. Hoy, esa misma comunidad internacional se lo pensaría dos veces antes de repetir la primera contienda en Irak, los bombardeos de Kosovo y la ofensiva de Afganistán.

La ocupación de Irak está sirviendo para que se haga añicos esa aberración que constituye el concepto de guerra preventiva y está dejando en ridículo la arrogancia americana que amenazaba con imponer una dictadura mundial. Se demuestra que por grande que sea la fuerza militar y económica de una superpotencia le es imposible doblegar los pueblos a su voluntad, y que un estado tan débil como Irak, después de un embargo de diez años, puede traerla en jaque e infringirla un fuerte desgaste.

Pero sobre todo está poniendo al descubierto el fariseísmo de ese discurso en el que EEUU se proclamaba paladín de la libertad y de los derechos humanos. Muchos ya lo sabíamos, sólo había que mirar a Guantánamo o su actuación en Latinoamérica en los últimos treinta años, pero las fotos que estos días ocupan portada en la prensa internacional lo han dejado meridianamente claro para todo el que no quiera cerrar los ojos. La estatua de la libertad, como afirmó el senador Kennedy, se ha trastocado en un iraquí encima de una banqueta con la cabeza tapada y lleno de electrodos.