Las elecciones en clave territorial

Hay que reconocer que, a primera vista, los resultados de las pasadas elecciones dejan un poco perplejos. No tanto por la victoria del PSOE y la derrota del PP, lo que podía ser previsible, como por los flujos y trasvases de votos que se han producido. Pero tras una serena reflexión y análisis, son perfectamente explicables, aunque también puedan inducir a conclusiones erróneas. Muchos comentaristas de periódicos o de radios se han apresurado a afirmar que el PSOE ha ganado las elecciones gracias al voto de la izquierda radical. Creo que con ello se desenfoca el problema.

Esta batalla electoral no se ha librado tanto en el campo ideológico, de izquierdas o derechas, como en el territorial, consecuencia lógica de los cuatro años anteriores, en los que el debate político se ha centrado, en buena medida, alrededor de este problema. Parece innegable que el PSOE, por su política territorial, ha perdido muchos votantes que se han trasladado a la abstención, al PP o al UPyD. Solo así se explica que, con una participación menor, los populares hayan obtenido cuatrocientos mil votantes más o que Rosa Díez se haya hecho con un escaño por Madrid. Pero, también por su política territorial, el PSOE ha conseguido muchos nuevos votantes, todos aquellos que han perdido los nacionalistas. No es el voto útil de la izquierda el que ha dado el triunfo a Zapatero sino el voto útil del nacionalismo.

La debacle de Ezquerra Republicana y de IU no debe inducirnos a error. En primer lugar, porque el calificativo de izquierdas cuadra mal con el nacionalismo y, se quiera o no, todo nacionalismo, no solo el nacionalismo españolista, es reaccionario. En segundo lugar, porque del hecho de que el PSC haya subido mucho, al tiempo que Ezquerra perdía un número enorme de votos e Iniciativa un diputado, no puede deducirse que la traslación se haya dado de manera directa desde estas dos últimas formaciones al PSOE. Puede muy bien haber ocurrido que votantes de Ezquerra, tanto más si los tenía prestados, se hayan orientado hacia CiU y votantes de esta coalición hacia el PSC. Hay datos que abogan por tal hipótesis.

Ezquerra, después de perder 355.846 votos, mantiene 296.350, el mejor resultado de su historia si exceptuamos 2004. Ello indica que en cierta forma los resultados del 2004 fueron excepcionales para esta formación, que obtuvo un gran número de votos y diputados a costa de CiU, y no sería descabellado pensar que muchos de ellos eran prestados y que hayan vuelto a CiU en esta ocasión. Sin embargo, esta coalición, aun cuando mantiene el número de escaños, ha sacado en votos casi el peor resultado de su historia. Hay que remontarse al año 82 para algo parecido.

Es difícil saber, por tanto, a ciencia cierta, si los votos ganados por el PSC provienen de Ezquerra, de IC o de CiU. Solo hay algo seguro, que tienen su origen en un colectivo que tradicionalmente votaba en clave nacionalista, o al menos catalanista, y que en esta ocasión, teniendo en cuenta el discurso realizado por el PSC, cercano al soberanismo, han preferido votar a esta formación política. Algo parecido ha ocurrido en el País Vasco.

Tanto el PSOE como el PP han mejorado sus resultados respecto al 2004, cinco escaños cada uno, aunque con un incremento distinto del número de votos, 40.000 en el primer caso, 400.000 en el segundo, cosas del sistema electoral; pero lo significativo es analizar cómo se distribuye territorialmente este avance, y a costa de quién se obtiene. El PSOE mejora en territorios con partidos nacionalistas o regionalistas y en casi todos los casos a costa de ellos: Aragón, Canarias, Galicia y, especialmente, Cataluña y el País Vasco. El PP sube en Madrid, Valencia, Murcia, Andalucía e incluso en Castilla-La Mancha, en todas estas comunidades a costa del PSOE, y no es muy arriesgado afirmar que debido a la política territorial seguida en los últimos cuatro años por esta formación política.

El caso de IU es sin duda singular. Viene sufriendo, como todo partido minoritario de ámbito nacional, las consecuencias de una ley electoral injusta y desproporcionada. No obstante, el paso de cinco a dos diputados hay que buscarlo, en primer lugar, en el peligro que representa una política seguidista en exceso del PSOE; en buena medida, se ha producido el abrazo del oso. Y también en las veleidades nacionalistas de algunas de sus federaciones o socios (principalmente Cataluña y el País Vasco). Es posible que una parte considerable de sus votantes en Madrid se hayan ido con Rosa Díez.

Aparentemente, el bipartidismo se ha acentuado, pero el bipartidismo era ya una realidad muy consolidada en nuestro sistema político, como consecuencia de la ley electoral o del sistema de financiación de partidos políticos. Solo las formaciones nacionalistas o regionalistas lo rompían. Quizás esto es lo que en esta ocasión ha variado, en cuanto que estas fuerzas han sufrido un fuerte retroceso. Habrá quien diga que tal hecho es positivo. En principio lo es, pero puede dejar de serlo si lo que está en su origen es la asunción por el partido socialista de parte de sus reivindicaciones. En cualquier caso resulta difícil no ver como pernicioso que la batalla política no se desarrolle en el campo ideológico sino en el territorial.

El PSOE ha ganado las elecciones. Puede considerar que su estrategia ha sido la adecuada en cuanto que ha conseguido del vivero nacionalista más votos que los que ha perdido por su política territorial. Aunque debería reflexionar hasta qué punto los votos que le han dado la victoria no son prestados y si los perdidos no eran, sin embargo, de su electorado natural; incluso si con su política no hubiera podido perder muchos más votos, y hasta las elecciones, en el caso de que el Partido Popular no hubiese presentado en ocasiones una imagen tan cerril y reaccionaria emparentándose con la parte más retrograda de la sociedad, de la prensa y de la Iglesia.