La desmesura de los gobiernos
"Los dioses siempre ayudan a los
mortales que se ocupan en labrar su perdición". Expresión certera de
Esquilo, especialmente en política. Hace tiempo que en este sistema
bipartidista tengo como cierto que no son los partidos los que ganan las
elecciones sino que más bien es la formación política contraria la que las
pierde. En 1996 no ganó el PP sino que perdió el PSOE.
Los dioses ciegan a los mortales que desean
perder. Más o menos, a los seis años de estar en el poder los dioses ciegan a
los gobiernos, hasta el punto de abandonar toda "sofrosine" y caer en
la desmesura y en la prepotencia, tanto más si cuentan con mayoría absoluta. Revientan
de éxito y triunfalismo. Eso le pasó al PSOE, y el PP lleva camino de sucumbir
en la misma trampa.
El PP, en 1996, llegó al gobierno con
modestia, intentando dar pruebas de tolerancia, como si quisiera dejar patente
la diferencia con la forma de gobernar de la última etapa de González. Pero
según va transcurriendo la segunda legislatura aquellos buenos propósitos
desaparecen y las formas –los contenidos mucho antes– van pareciéndose a las
del felipismo como dos gotas de agua.
No se admite la discrepancia. Conmigo o
contra mí. Y toda crítica o disentimiento se transforma en deslealtad, impiedad
y traición a España y a los españoles. Al PP le ocurre con la iglesia, como al felipismo con los sindicatos. Ante la contestación
sindical, aquel PSOE de 1988 reaccionó primero con sorpresa, y más tarde con
indignación. Se consideraban sindicalistas en tanto en cuanto las
organizaciones sindicales actuasen a su dictado.
El PP del Opus Dei y de sacristía no se creé
que la iglesia, aunque sea la vasca, pueda alejarse ni siquiera en algunos
aspectos, de sus planteamientos. Más papistas que el Papa. Son los obispos los
que deben seguir sus indicaciones. En esto existe cierto parecido con el
franquismo. También el franquismo estuvo infectado de Opus Dei, y también sus
prohombres contemplaban con incredulidad cómo la Iglesia, a veces, criticaba
las actuaciones del católico régimen. Bien es verdad que la Iglesia española
actual carece de la fuerza y combatividad que tenía, al menos una parte de la
Iglesia de los últimos años de la dictadura.
Uno de los acontecimientos más chuscos de la
relación Iglesia y Estado de aquellos años lo constituyó el affaire Añoveros. Su católica majestad, el caudillo y generalísimo
de los ejércitos que entraba en los templos bajo palio, estuvo a punto de caer
en excomunión al pretender desterrar a ese obispo vasco, socarrón, con aire de
campesino y boina. Por el momento, el gobierno Aznar no parece que haya tenido
la tentación de expulsar a los tres obispos de Euskadi.
Ahora que estamos en democracia Aznar se
conforma con expulsar a los emigrantes, porque a éstos no se les aplica ni los
derechos ni la democracia. Como otro Sísifo pretende conseguir lo imposible.
Está condenado a subir una y otra vez la cuesta. No bien ha aprobado una ley,
cuando se apresta a arrinconarla por inservible y a elaborar otra. Y es que
nadie puede poner puertas al campo, ni detener a los pueblos cuando están
hambrientos. Mientras se mantenga la desigualdad mundial y el régimen económico
que las causa, ya se pueden fortificar Europa y EEUU. No hay ley que contenga
la avalancha de los desprotegidos, cuando cada cuatro segundos muere por hambre
una persona en el mundo.
También, de la noche a la mañana, los
sindicatos han pasado de ser responsables y modernos, a montaraces e incoherentes.
En cuanto no se han plegado a las exigencias del gobierno, que en realidad son
las de la patronal, se han convertido en terroristas económicos que pretenden
únicamente jorobar a España. ¿Por qué hacer una huelga si España va bien? ¡Como
nunca! Aznar se olvida que en 1988 se estaba creciendo al 5,4% y el empleo se
incrementaba a una tasa del 3,4%, cifras que en absoluto son comparables con
las actuales. Pero es que, además, el dato fundamental no es a cuánto se crece
sino cómo se distribuye. A la mayoría de los trabajadores poco les importa la
tasa de crecimiento económico nacional si todo él va a nutrir el excedente
empresarial, y ellos tienen cada vez menos derechos sociales y laborales.