Empleo juvenil o subvención a los
empresarios
Son como
niños. Esa es la imagen que ofrecen a menudo los mandatarios europeos cuando se
reúnen en las Cumbres. Agitan cualquier cachivache con aire triunfalista y,
para ellos, el mínimo acuerdo es un paso histórico. Se engañan con cualquier
bagatela o, más bien, se empeñan en engañarnos a nosotros. Con la que está
cayendo, se manifiestan tan satisfechos porque han decidido destinar 6.000
millones de euros en siete años a luchar contra el desempleo juvenil. Aunque en
realidad son tres mil porque los tres mil restantes estaban ya presupuestados
en el Fondo Social Europeo. Las instituciones de la Unión Europea son
especialistas en juegos malabares, en los de sacar fondos de un cajón para
pasarlos a otro, pero a condición de que no se incremente nunca la cifra global.
Esto se pudo ver claramente en el último Consejo en el que, al tiempo que
echaban las campanas al vuelo por los raquíticos seis mil millones, se aprobaba
el presupuesto comunitario más reducido de la historia, tan solo el 1% del PIB.
La tan
cacareada lucha contra el desempleo juvenil no servirá para nada, ni siquiera
para España que es el país con el índice mayor de jóvenes en paro y al que se
destinarán 1.900 millones de los 6.000. No tendrá ningún efecto sobre el empleo
porque, amén de su escasa cuantía en relación a la enorme dimensión del
problema, el Gobierno español ha manifestado ya que lo va a dedicar a reducir
las cotizaciones sociales de los empresarios que contraten trabajadores
jóvenes. Se trata, ha dicho Rajoy, de facilitarles la vida a las pequeñas y
medianas empresas. Uno tendería a pensar que se debería tratar de facilitar la
vida a los parados y no a los empresarios, porque la reducción de las
cotizaciones de ningún modo implica que vayan a contratar más, sino simplemente
que las contrataciones que hubiesen hecho de cualquier modo les salgan más
baratas. En todo caso, lo único que se conseguirá es cambiar un tipo de empleo
por otro, lo cual resulta bastante fácil en un país en el que se firman
mensualmente (y se cancelan otros tantos) alrededor de un millón de contratos
nuevos.
Qué duda
cabe de que el paro juvenil es una tragedia, pero no lo es menos el desempleo
de larga duración o el paro del que tiene a su cargo toda una familia. ¿Por qué
hay que incentivar un tipo de contratación frente a otro? ¿De verdad se impulsa
la creación de empleo o tan solo se intercambian cromos, algunos más baratos, a
costa del erario público? Dedicar 1.900 millones de euros a bajar las
cotizaciones sociales puede ser una bonita forma de tirar tal suma a la
papelera, o más bien de meterla en el bolsillo de los empresarios.
La idea
de que la única manera de crear empleo es abaratar los costes laborales tiene
escasa consistencia. Los empresarios tan solo invertirán y contratarán personal
si piensan que va a haber demanda para sus productos o servicios. Es la demanda
la que hay que potenciar y eso es lo único a lo que no parecen estar dispuestos
ni la Unión Europea ni Merkel ni Rajoy. Merkel, en vísperas electorales, construye toda una
pantomima alrededor del empleo juvenil para ocultar la única verdad: que su
política de austeridad está condenando a Europa al estancamiento y a la
recesión. Rajoy y Rubalcaba se han subido al carro muy satisfechos, no se sabe
bien si para poder obsequiar a los empresarios (perdón, emprendedores) con
1.900 millones de euros o por hacer creer a los ciudadanos que han obtenido una
victoria en Europa. Recuerdan a González con los fondos de cohesión.
El
abaratamiento de los costes laborales ni siquiera sirve a medio plazo para
ganar competitividad frente al exterior, porque es de esperar que el resto de
los países reaccionen de manera similar, con lo que quedarían neutralizados sus
efectos. Si fuera por los costes laborales, la economía española sería de las
más competitivas entre las europeas. Cuenta con uno de los niveles salariales
más reducidos y el porcentaje que las cotizaciones sociales representan sobre
el PIB (13,2%) se sitúa por debajo de la media de la Eurozona (15,7%) y desde
luego de países como Alemania (17%), Francia (18,8%) y Holanda (16,4%), etc.
“Son los
emprendedores los que crean empleo, ni yo, ni tú -manifestó Rajoy, cargado de
razón-- Es el método más directo”. Pero lo cierto es que, en los tiempos
actuales y con la reciente reforma laboral, los empresarios, aun cuando se les
llame emprendedores y aunque llueva sobre ellos toda clase de subvenciones, lo
único que crean es paro. Ante todo hay que resaltar la concepción peyorativa de
algunos políticos acerca de los empleados públicos. No lo consideran empleo, o
al menos no empleo útil. ¿Pero habrá empleo más útil que el que se ejerce en la
educación, en la sanidad, en la asistencia a la dependencia, en el orden
público o en la justicia, por citar algunos ejemplos? ¿Acaso no son productivos
los puestos de trabajo orientados a perseguir el fraude fiscal o el de la
seguridad social, a controlar el gasto público, a garantizar la seguridad e
higiene en el trabajo, al mantenimiento y a la construcción de las carreteras,
de las infraestructuras ferroviarias, al cuidado de las costas, a la vigilancia
de las presas, y a tantas otras actividades del sector público?
Por otra
parte, en contra de lo que muchos piensan o afirman, nuestro país está a la
cola de Europa en el número de empleados públicos. Tan solo Portugal y Chipre
aparecen por debajo en el ranking. Según datos de la OIT, en España existen 15
habitantes por empleado público, mientras que en Alemania hay 13,66; 9,91 en el
Reino Unido o 9,44 en Francia.
Desde
luego, emplear los 1.900 euros en reducir las cotizaciones sociales no es la
forma mejor ni más directa de crear empleo. Eso sí, será sin duda la más cara.
Por cada puesto de trabajo nuevo que se cree, si es que se crea alguno, se
habrán subvencionado otros muchos contratos que en todo caso se hubiesen firmado.
Además, ¿alguien puede asegurar que los empleos creados por los tan cacareados
emprendedores serán de buena calidad y más útiles que, por ejemplo, los que
podría crear el Consejo Superior de Investigaciones Científicas?