La financiación
de las pensiones
Desde hace más de 20 años,
periódicamente se alzan voces pronosticando la quiebra de
En el marco del Estado social, de
ninguna manera se puede aceptar que las pensiones deban ser financiadas
exclusivamente con las cotizaciones sociales. Son todos los recursos del Estado
los que tienen que hacer frente a la totalidad de los gastos de ese Estado,
también a las pensiones.
Ante una hecatombe de la economía
nacional, muy pocos podrían salvarse, pero no tiene por qué ser ese el futuro
de la economía española, a no ser que el dogmatismo liberal nos introduzca en
una coyuntura parecida a
Previsiblemente, el problema que se
plantea de cara al futuro no va a ser el de la falta de recursos sino el de su
distribución, entre activos y pasivos, entre rentas del trabajo y del capital y
entre bienes públicos y privados. Las transformaciones en las estructuras
sociales y económicas comportan también
cambios en las necesidades que hay que satisfacer y, por ende, en los
bienes que se deben producir. La incorporación de la mujer al mercado laboral y
el aumento de la esperanza de vida generan nuevas necesidades y exigen, consecuentemente,
la dotación de nuevos servicios.
Hace ya tiempo que Galbraith
anunciaba que todos estos cambios demandaban una redistribución de los bienes
que hay que producir a favor de los llamados bienes públicos y en contra de los
privados. El pronosticado envejecimiento de la población de ninguna manera hace
insostenible el sistema público de pensiones, pero sí obliga a dedicar un mayor
porcentaje del PIB no sólo al gasto en pensiones, sino también a la sanidad y a
los servicios de atención a los ancianos. Detracción por una parte
perfectamente factible y, por otra, inevitable si no queremos condenar a la
marginalidad y a la miseria a buena parte de la población, precisamente a los
ancianos; una especie de eutanasia colectiva.
Que es perfectamente factible lo
indica el hecho de que sea España, en estos momentos, el país de la UE (de los
15) que dedica menor parte de su renta a pagar las pensiones (8,8%). Por el
contrario, Alemania, Holanda, Francia, Austria e Italia gastan todos ellos en
pensiones más del 12% del PIB. Existe por tanto margen suficiente para
incrementar el gasto en pensiones. El reducido importe a que ascienden las
prestaciones sociales en nuestro país tiene su contrapartida en los siete
puntos de diferencia con la media europea (de los 15) que presenta la presión
fiscal en España.
La verdadera amenaza para el
sistema público de pensiones se encuentra en una concepción neoliberal de la
economía que ha criminalizado los impuestos, de manera que ninguna formación
política se atreve a proponer una política fiscal más agresiva. Las continuas
rebajas fiscales como es lógico perfectamente dirigidas a beneficiar
especialmente a las rentas de capital, a las empresas y a los contribuyentes de
ingresos altos están vaciando de contenido el sistema tributario, minorando su
progresividad y limitándolo a la imposición indirecta y a gravámenes sobre las
rentas de trabajo, al tiempo que reducen su futuro potencial recaudatorio. El
colmo de la esquizofrenia, pero una esquizofrenia muy rentable para algunos consiste
en proponer hace unos meses la bajada de varios puntos de las cotizaciones y
afirmar ahora que se precisa una reforma para que el sistema sea viable.