Brotes verdes
Ha
bastado que en el mes de julio la tasa de paro bajase una décima en EEUU para
que todo el mundo comience a hablar de recuperación. Obama, una vez más,
apareció en escena rebosante de satisfacción para anunciar que lo peor podía
haber pasado ya. “Estamos viendo el comienzo incipiente del fin de la
recesión”. Zapatero no se queda atrás y, remedando a Obama, ha declarado estos
días que lo más duro de la crisis había pasado. No es la primera vez que lo
dice; lo había asegurado el 4 de junio en una visita a Barcelona y el 18 del
mismo mes reiteró idéntico mensaje en el Congreso.
Si
en alguna circunstancia están justificados mensajes optimistas por parte de un
gobierno es en una crisis económica. Como Keynes descubrió hace muchos años,
las expectativas juegan un papel esencial en la marcha de la economía. El
factor más negativo en una depresión es la creencia generalizada de que la
recesión va a continuar. Sobre todo, hay que tener miedo al miedo. La espiral
puede ir en aumento. Si los consumidores no consumen y las empresas no
invierten se deprimirá más la actividad económica, se cerrarán más empresas y
habrá más parados con lo que, a su vez, se contraerá aún más la demanda. Por el
contrario, si las empresas y los consumidores se convencen de que la crisis
está llegando a su fin, las posibilidades de recuperación aumentan. Existe, sin
embargo, un peligro en la reiteración de estos mensajes optimistas; si se hacen
demasiado a la ligera y sin fundamento se puede terminar por perder
credibilidad y que ocurra como con el cuento del lobo que al final nadie los
crea.
Lo
cierto es que los brotes verdes están muy lejos de aparecer. Una cosa es que el
desplome de la economía pierda fuerza y otra muy distinta que aparezcan signos
de recuperación. Japón ha estado diez años sin salir de la atonía económica y
en la depresión de los años 30 se sucedieron, alternándose, periodos de
estancamiento y de reducción de la actividad. Es verdad que en el mes de julio
EEUU presenta 267.000 parados menos, pero la causa no se encuentra en la
creación de puestos de trabajo –todo lo contrario se perdieron 247.000– sino en
que, como ocurre en todas las crisis, la población activa disminuyó, es decir,
parte de los demandantes de empleo se retiraron desanimados del mercado de
trabajo.
Hay
que reconocer que la reacción de la Administración Obama ante la crisis no ha
sido mala, pero ¿ha sido suficiente? Hasta ahora ha hecho lo que ha podido y lo
que le han dejado. Tiene que enfrentarse a diario con los representantes del
partido de la oposición e incluso con algunos de sus propios correligionarios
que, aferrados –quizás sin saberlo– a las ideas de la escuela austriaca, son
reacios a las intervenciones y partidarios de que la economía se purgue por sí
misma de los malos humores acumulados. Blanden el eslogan de “no se puede
combatir el endeudamiento con más endeudamiento”. A primera vista parece
convincente, pero sólo a primera vista. Es cierto que el problema económico más
grave de EEUU, al igual que el de España, es el enorme endeudamiento exterior,
pero esa cuestión sólo admite solución a medio plazo. En el corto plazo no se
puede permitir que la economía se hunda, las empresas cierren y el paro
continúe incrementándose. Ningún gobierno lo permitiría, ni siquiera si
estuviesen en el poder los que ahora vociferan. El mismo Bush tuvo que
claudicar de sus convicciones. Consentirlo sería abandonar la economía en un
círculo infernal en el que el paro generaría más paro. El paro tiene un efecto
inmediato sobre el consumo, especialmente cuando los desempleados dejan de
percibir la prestación por desempleo. Esta es otra de las espadas de Damocles
que se ciernen sobre la economía americana en un futuro próximo. Un millón y medio
de parados perderán la prestación antes de que acabe el año.
Obama
está siendo marcado muy de cerca por sus opositores. Sus planes de rescate y de
reactivación son mediatizados. Su reforma sanitaria está encontrando múltiples
obstáculos. Todo ello crea fuertes incertidumbres de cara a la posible
recuperación de la economía. Puede darse la paradoja de que aquellos que están
boicoteando sus medidas le acusen en el futuro de que no han dado resultado.