¡Viva
la República!
Con este mismo
título publicaba Ortega, ya retirado de la política, un artículo en el año 34
poco después de celebrarse los comicios favorables a la
derecha. El filósofo español, que se había caracterizado por
criticar agriamente las actuaciones de los gobiernos del primer bienio
republicano, quería dejar muy claro que todo ello no cuestionaba en absoluto la
validez de la República , y no sólo como sistema político
superior a la monarquía, sino la validez misma de aquella II República española.
Cuando se van a cumplir 75 años de su
proclamación, es lógico que nos ocupemos de ella, sobre todo al escuchar tantas
atrocidades. La radio de los obispos, haciendo retornar a la
Iglesia -se quiera o no, es
su emisora- a los tiempos del nacional catolicismo, nos
intenta convencer de la perversidad intrínseca de esa etapa de gobierno, con lo
que sin decirlo pretende justificar el golpe de Estado, la guerra civil y los
cuarenta años de dictadura y represión que tuvo que sufrir la sociedad española.
En otras radios y en otros medios, que
intentan pasar por más serios y tratan de evitar dar la misma imagen de
agitadores de la ultraderecha que da la
COPE , también se ha denigrado a la
II República acusándola de haber dividido a la sociedad
española. Difícilmente pudo hacerlo cuando esa división existía tiempo atrás y
era muy anterior a su advenimiento. Cualquier historiador medianamente riguroso
puede constatar la profunda desigualdad social, económica y política que
caracterizaba en aquella época a nuestro
país.
Puestos a recriminar, lo más que se puede
decir es que la
II República fue incapaz de aunar las dos Españas, tarea
difícil cuando los estamentos y clases más privilegiados, incluyendo a la
Iglesia , no estaban dispuestos a
ceder un ápice en sus privilegios; y la
otra España , condenada desde siempre a la miseria, la
marginación y el silencio, tenía prisa, mucha prisa, para conseguir los
derechos, aquellos derechos que durante siglos se le habían hurtado.
Cuando se relee la
Constitución del 31, no se entiende que pueda tildarse de
radical al régimen que la
acuñó. Sorprende por su moderación, aunque a pesar de ello
suponía un salto cualitativo muy importante en la sociedad española, señal
inequívoca del atraso, oscurantismo e injusticia a los que tiempo atrás se la
había confinado. La
II República es el primer y único periodo en nuestra historia
previo al que se abre en 1977 del que se puede predicar el atributo de
democrático, no sólo porque con anterioridad el caciquismo y el turnismo habían adulterado todos los comicios, sino también
porque hasta la
II República no se instituyó el sufragio universal, es decir,
las mujeres estaban excluidas de las elecciones.
La Constitución del 31, vista con la
perspectiva actual, significa un paso importante hacia la
modernidad. Es una constitución liberal que reconoce de manera
amplia los derechos y libertades individuales (incluido el derecho a la
propiedad privada), aunque se adelanta a otras constituciones estableciendo
compromisos sociales por los cuales el Estado debe proporcionar los medios que
garanticen un acceso general a la educación, la sanidad o la vivienda, y que
prefigura lo que después de la
Segunda Guerra Mundial se denominará en
Europa el Estado del bienestar. Se trata de una constitución laica que desde
una óptica moderna intenta la separación de Estado e Iglesia, consciente del
papel retardatario que había jugado ésta en el progreso social de nuestro país.
La República pretendió también dar respuesta
en lo posible al problema territorial, pero teniendo muy claro que los derechos
de los ciudadanos y el interés de la
propia República estaban por encima de los supuestos derechos
históricos de los pueblos. Causa estupor comparar el Estatuto de Autonomía de
Cataluña aprobado en 1932 con el que se está tramitando actualmente. Decía
aquel estatuto en su art. 1 que Cataluña se constituye en región autónoma
dentro del Estado español, y en el art. 2 que el idioma catalán es, como el
castellano, lengua oficial en Cataluña. Para las relaciones oficiales de Cataluña
con el resto de España, así como para la comunicación de las autoridades del
Estado con las de Cataluña, la lengua oficial será el castellano. Y por último,
en el art. 3 se establece que los derechos individuales son los fijados por la
Constitución de la
República española. La
Generalidad de Cataluña no podrá regular ninguna materia con
diferencia de trato entre los naturales del país y los demás españoles. ¿Se
puede tildar a este régimen de radical?
El afán modernizador de la
República se manifestó en reformas imprescindibles en aquel
momento tales como la reforma agraria y la del ejército, o la de la legislación
laboral, con incrementos muy importantes aunque insuficientes del presupuesto
del Instituto Nacional de Previsión. En general, se puede afirmar que la
República fue ante todo una promesa, promesa frustrada en
parte por la inexperiencia de los gobernantes, en parte por la impaciencia de
los que deseaban que las reformas se ejecutasen a mayor velocidad, pero
principalmente por la oposición de los privilegiados, que no estaban dispuestos
a perder sus prerrogativas y regalías, y que pusieron todo tipo de obstáculos y
no pararon hasta derribarla por el innoble procedimiento de movilizar a los
espadones.
No hay por qué negar que durante el periodo republicano
se cometieron excesos, y en algunos casos atrocidades.
Se puede aceptar incluso que los respectivos gobiernos incurrieron en errores,
¿qué gobierno no los comete? Pero todo ello hay que juzgarlo y entenderlo en el
contexto de la época, la injusta situación social, una sociedad escindida en
clases mortalmente enfrentadas, un analfabetismo muy extendido y con los
movimientos fascistas en ascenso en toda Europa. La
República necesitaba tiempo para asentarse, para que las
distintas reformas fuesen dando su fruto y pacificar así la sociedad, pero eso
precisamente es lo que no querían los que movilizaron al ejército para el golpe
de Estado.
Hoy, algunos se
empeñan en reescribir la
Historia y nos cuentan esa milonga de que el golpe de Estado
lo dio la izquierda en 1934. Se confunde revolución con golpe de Estado. La
primera es desde abajo; el segundo, desde arriba. Una cosa es que parte del
proletariado, en una clara situación de indigencia y privado de casi todos sus
derechos, desconfiase de los regímenes parlamentarios, cuando hasta entonces
todos ellos habían sido una farsa, y se inclinase por la violencia como único
método de transformación social; y otra muy distinta, que una clase
privilegiada, valiéndose de su situación de preeminencia,
movilizase al ejército en contra de la propia nación a la que debía defender.
La revolución del 34 fue un acontecimiento limitado a parte de la izquierda y
únicamente a dos regiones, Cataluña y Asturias, donde el anarquismo estaba muy
extendido. Estaba condenada al fracaso, como así fue. Carece de todo sentido
responsabilizar de ello a la
República , en todo caso habría que
hacerlo a un gobierno que pretendía desmantelar las escasas reformas que hasta
entonces se habían realizado. La revolución no constituyó ningún peligro serio
para el sistema establecido. De cualquier modo, la sublevación militar no se
hizo para defender a la
República de las hordas revolucionarias, sino para derribarla
e instaurar un régimen despótico y sanguinario, y encerrar a la sociedad
española durante cuarenta años en el oscurantismo.