Esnobismo
político
Es norma habitual de cortesía conceder a los
gobiernos cien días de gracia antes de comenzar a juzgar sus actuaciones; pero,
en contrapartida, los gobiernos deberían darse también cien días de margen
antes de introducir modificaciones administrativas. Que antes de tomar posesión
y con bastante desconocimiento de la estructura y funcionamiento de la
Administración se líen a reorganizarla, dividiendo y reuniendo sus piezas como
las de un collage, puede tener resultados harto negativos.
Las consecuencias
son aún peores cuando, con cierta ignorancia, imaginan que para la solución de
un problema basta con crear una nueva unidad administrativa, que en la mayoría
de los casos se superpone a otras ya existentes y con idénticas competencias.
Desde el PSOE, se ha anunciado la creación de una agencia para evaluar las
políticas públicas. No se precisan más organismos de control, sino la voluntad
política de que funcionen y que desde el poder se atienda a sus recomendaciones.
El Tribunal de Cuentas, la Intervención General y las inspecciones de servicios
de los distintos ministerios tienen encomendados en sus respectivos ámbitos el
control de eficacia, economía y eficiencia. Superponer un organismo más no es precisamente
una prueba de austeridad y sí augurio de conflictos seguros, tal como ocurrió
con la Oficina Presupuestaria de Presidencia tan anunciada por el PP.
Evaluar la eficacia de una determinada
política pública resulta bastante más fácil de decir que de hacer. Desde
tiempos de UCD se lleva hablando de la presupuestación
por programas, pero en el mejor de los casos ésta ha quedado reducida a ser
exclusivamente una mala clasificación funcional, en la que se carece de
objetivos claros para cada programa y, por supuesto, de índices con los que
poder cuantificar su cumplimiento. ¿Cómo se van a evaluar luego? El
despropósito adquiere proporciones alarmantes cuando se intenta hacerlo desde
un organismo al margen del Ministerio de Hacienda y de la Secretaría de Estado
de Presupuestos.
A la hora de presupuestar, todos los
gobiernos, sean del signo que sean, obedecen mucho más a las presiones de los
distintos grupos sociales o económicos, a los compromisos partidistas o a las
exigencias de Comunidades y Ayuntamientos que a la racionalidad de los
objetivos o a los posibles informes de control de la Intervención General.
Daría
un consejo al nuevo Gobierno. Sosiéguense, siéntense en los despachos,
dedíquense cien días a estudiar la Administración y los Presupuestos por
dentro, que suelen ser distintos de lo que se conoce en la oposición. Tal vez
descubrirían que no se precisa la creación de nuevos organismos. Y que si de
verdad quieren evaluar las políticas públicas, a lo mejor bastaría con
presupuestar correctamente y con la promesa de hacer públicos los informes de
la Intervención General. No hay mejor control que la luz y los taquígrafos.