Los
deberes de Aznar
Odio la frasecita. Me parece de lo más
cursi. Los portavoces económicos del PP la repetían con frecuencia en la
oposición: "el gobierno tiene que hacer los deberes". Reducían la
actuación política al comportamiento de alumnos aplicados. Para ellos hacer
los deberes era sinónimo de cumplir las prescripciones de los mercados
financieros. Estos mandan y el gobierno obedece. ¡Viva la democracia!
Hacía tiempo que no se oía, pero ahora el
presidente del gobierno ha vuelto, de nuevo, a emplearla en la entrevista que
concedió el pasado domingo al diario El Mundo. "Yo he cumplido mis
deberes. Ahora los demás tienen que cumplir los suyos, incluidos los
sindicatos". En realidad lo que pretendía afirmar es que, especialmente
los sindicatos. Ya se sabe en qué consiste el deber de las organizaciones
sindicales: en aceptar más y más la desregulación del mercado laboral, dejando
a los trabajadores sin ninguna defensa y en manos de los empresarios. En
concreto, el abaratamiento del despido hasta que no haya diferencia entre
contratos temporales y fijos, porque a cualquier trabajador se le pueda
despedir en cualquier momento y sin coste alguno. Al presidente del Gobierno
hace tiempo que se le ve el plumero con este tema.
Los deberes de Aznar parecen reducirse a la
estabilidad presupuestaria y al déficit cero. Nada importa por lo visto que
cada vez sea mayor la diferencia que mantenemos con Europa en materia de
protección social, no sólo en términos absolutos sino relativos, en porcentaje sobre
el PIB. Carece de relevancia el que a dos terceras partes de los parados se les
niegue cualquier tipo de ayuda, o que las prestaciones de la sanidad pública
empeoren y que continúen las listas de espera. Resulta intranscendente que las
pensiones permanezcan en niveles de indigencia o que la mayoría de los
asalariados hayan perdido poder adquisitivo. Es baladí que el empleo creado sea
de ínfima calidad y con retribuciones de miseria, tal como confirma la
evolución de las cifras de productividad. Todo ello no entra en los deberes del
presidente del gobierno. Su único deber es alcanzar el déficit cero.
Y lo más grave es que resulta falso que se
haya conseguido. El tan ansiado equilibrio presupuestario es sólo fruto de
maquillajes y contabilidades creativas: Utilización de entes públicos y
sociedades estatales con los que disfrazar los gastos de inversión, aplicación
incorrecta a la reducción del déficit de los ingresos por privatizaciones,
avales a empresas públicas en lugar de transferencias de capital, embalsamiento
de derechos de cobro que son en realidad incobrables, y un largo etcétera.
El déficit público se ha transformado en un
instrumento de hechicería. No interesa la cifra real sino la venta política,
incluso económica, de que se ha logrado el equilibrio presupuestario; y puestos
a vender nada más ingenioso que esa Ley de estabilidad presupuestaria, remedo
de la enmienda constitucional de los neoliberales de hace veinte años. Es papel
mojado o, como mucho, una declaración política. Las leyes de presupuestos
tienen el mismo rango, por lo que el déficit o superávit de cada año será el
que éstas determinen, diga lo que diga la rimbombante ley de estabilidad. Para
qué la queremos entonces.