El programa del
PP
Escuché
el otro día por la radio cómo un par de tertulianos, de esos que opinan de
todo, se mostraban escandalizados porque los votantes, según ellos, no leen los programas electorales. ¿Por qué
extrañarse? Los ciudadanos no son tontos y conocen de sobra la poca utilidad de
las promesas hechas en tiempo de elecciones. Los programas son como los
principios, los partidos están prestos a cambiarlos si conviene. En estas
elecciones la utilidad es aún menor. Después de la enorme equivocación cometida
al entrar en
Desde
luego, el programa del PSOE resulta irrelevante a estos efectos. Está
gobernando, y es de sobra conocida la política aplicada. Después de estos ocho
años, sus promesas carecen totalmente de credibilidad. Cualquier planteamiento
cae en saco roto y queda anulado por el recuerdo de las medidas adoptadas, que
han hecho incidir todos los ajustes sobre las clases medias y bajas. Ese es el
problema de Rubalcaba: se encuentra tan identificado con la etapa anterior que
toda su palabrería se debate en un mar de contradicciones. Quiere separarse de
la política practicada hasta el momento, pero no puede. Su discurso está lleno
de aire.
El
programa del PP puede tener algo más de interés aunque tan solo sea para
descubrir las intenciones de los que, de acuerdo con todas las encuestas, van a
ganar los comicios. En este caso existe algo más preocupante que su discurso, y
es que parecen creérselo. La alarma se dispara al oír afirmar a sus líderes que
saben cómo solucionar
Poco
tienen que ver las circunstancias de 1996 con las actuales. Lo que en aquellos
momentos reactivó la economía fue las cuatro devaluaciones sucesivas acaecidas
a principios de los noventa. De hecho, la recuperación se había iniciado ya en
tiempos de Solbes, pero ni Solbes
ni Rato tuvieron nada que ver en ella. En este capitalismo cuasi salvaje de los
mercados y de la libre circulación de capitales la capacidad de los gobiernos
es bastante limitada y son otros factores los que muchas veces influyen.
Más tarde, se produjeron la creación de
La
situación económica actual es muy distinta de la de1996. Hoy no se puede
devaluar la moneda, que es lo que en realidad precisaría nuestra economía.
Además, las finanzas públicas se mueven en una enorme trampa. A pesar de que el
stock de nuestra deuda pública es de los más reducidos de Europa, la carencia
de un banco central que nos respalde nos entregará a los caprichos de los
mercados, limitando nuestra capacidad de déficit y de endeudamiento.
Por
otra parte, nuestra crisis no es de oferta sino de demanda y es esta la que en
todo caso hay que potenciar. Por eso carecen de toda lógica esos planteamientos
dirigidos a incentivar a los empresarios y a los llamados emprendedores. Si no
hay demanda, no hay nada que emprender. Por mucho que se rebaje el impuesto de
sociedades, se subvencione a las empresas, se reduzcan las cotizaciones
sociales, se minore la tributación de las rentas de capital o se abarate el
despido, las empresas no invertirán ni crearán empleo si no hay consumo ni
demanda. Desde las filas populares se ha llegado a decir que si cada autónomo
contratase a un trabajador se habría solucionado el problema. Constituye -si no
fuese patético- el mejor chiste de esta
campaña electoral. Lo cierto es que una gran parte de los autónomos constituye
en realidad paro encubierto, es decir, trabajadores que prestan sus servicios a
una empresa, muchos de ellos a comisión, que no llegan a mileuristas
y que si trabajan de forma autónoma es para que las empresas se ahorren la
seguridad social y carezcan de obligaciones laborales frente a ellos.
Si
el PP plantea todas estas medidas en su programa movido por motivos ideológicos
con la intención de beneficiar a determinadas clases sociales es sin duda
nocivo desde el punto de vista del principio de igualdad, pero tal vez esté
dentro de la lógica de un partido de derecha (en la actualidad, parece que
también en algunos teóricamente de izquierda como el PSOE). Que se intente
engañar a los ciudadanos ofreciendo otras motivaciones, está en la estrategia de
todos los partidos políticos, pero que se engañen a sí mismos y que piensen que
con estas medidas van a superar la crisis, resulta todavía mucho más alarmante,
ya que lo único que se va a conseguir, amén de incrementar la desigualdad, es
adentrarnos más y más en la recesión.
Si
no se quiere aumentar el déficit (y parece que el PP no quiere, ni se lo
permitirían en Europa), deberían compensarse todas esas medidas tan generosas
(para con las sociedades, las empresas, los emprendedores y las rentas de capital)
con duros ajustes en el gasto público que, amén de otros efectos, causarían con
toda seguridad un impacto negativo sobre el consumo y la demanda.