La
enésima reforma bancaria
Lo
ocurrido con las entidades financieras es quizás la expresión más clara de los
numerosos errores cometidos por los políticos españoles a la hora de encarar la
crisis económica. En casi todos los asuntos se ha seguido la política del
avestruz, pensando que por el simple hecho de negar los aspectos dañinos estos
desaparecerían. Al tiempo que se adoptaba un tono triunfalista que tendía a
situar los problemas en el extranjero y a considerar que nosotros estábamos
inmunes a ellos.
Mientras
la crisis de las entidades financieras se extendía por EEUU y por Europa, en
España el Gobierno, políticos de uno y otro signo, creadores de opinión,
expertos, medios de comunicación y fuerzas económicas se vanagloriaban de la solidez de nuestros bancos y se
felicitaban de la buena labor realizada por el Banco de España en la regulación
y el control de las entidades financieras. Lo más curioso del asunto es que
compraron la milonga incluso en el exterior, y no faltaron diarios prestigiosos
y muy responsables organismos internacionales que repetían las tesis consabidas
y ponían como ejemplo la normativa y regulación del sistema financiero español
de cara a una nueva reglamentación internacional de las entidades financieras.
Paradójicamente, son los mismos organismos e instituciones que hoy, cuatro años
después, presentan el riesgo de insolvencia de las entidades financieras
españolas como uno de los mayores problemas de la economía europea. Y es que
deberíamos asumir que el prestigio del que gozan muchos expertos e
instituciones se debe exclusivamente al poder que detentan, si bien la
verosimilitud de sus informaciones y lo certero de sus opiniones dejan mucho
que desear.
Desde
luego sobraban motivos para sospechar que esta visión tan edulcorada no era
real. En los diez o doce años anteriores a la crisis, la economía española se
había endeudado fuertemente en el exterior y había generado una enorme burbuja
inmobiliaria. Con esos precedentes, resultaba ingenuo pensar que las entidades
financieras españolas no fuesen a tener problemas. Es verdad que no estaban
contaminadas por las hipotecas subprime –lo que era
totalmente lógico, ya que las entidades españolas no habían salido al exterior
a invertir sino a demandar créditos– pero tenían, y tienen, sus propias
hipotecas subprime. Mantienen una enorme exposición
al ladrillo que poco a poco han ido mostrando las fisuras y fallas. A pesar de
ello, lo cierto es que se ocultó y se negó la evidencia, minimizando los
peligros. Se presentó como problemas de liquidez lo que eran insolvencias, y
cuando la realidad se imponía y una entidad necesitaba ayuda se calificaba de
caso aislado y no sintomático del estado del sistema.
Así
han pasado cuatro años sin haber acometido la única reforma que de verdad
necesitaba la economía española, la del sistema financiero, y eso a pesar de
que se han anunciado una multitud de ellas y que ha sido casi el único tema en
que se han puesto de acuerdo los dos partidos mayoritarios. El gobernador del
Banco de España ha hablado de déficit, de salarios, de pensiones, del mercado
laboral, de impuestos… de todo, menos de las medidas que había que tomar para
normalizar el crédito. Todo el proceso ha estado marcado por la opacidad, por
el disimulo, por las imprecisiones y hasta por la mentira. Por la forma de
instrumentarlo, se ha querido trasladar la idea de que no se ha utilizado hasta
ahora dinero público, cuando no es cierto. Una y otra vez, se ha dado por
arreglado el asunto, pero la desconfianza de los mercados continúa y el crédito
no llega ni a las familias ni a las empresas. Lo cual no tiene nada de extraño
mientras en el balance de las entidades continúen figurando los activos tóxicos
valorados a precios irreales.
Una
de las principales causas de que no se haya querido aceptar la realidad y que
no se haya abordado la solución, radica en la resistencia de las Comunidades
Autónomas a perder su parcela de poder dentro del sistema financiero. Esta
incardinación territorial se encuentra también en buena medida en el origen de
las dificultades que han sufrido y sufren muchas de las entidades financieras.
Las cajas de ahorro se han movido en terreno de nadie, no eran públicas, y por
lo tanto carecían de los mecanismos de control propios del sector público, pero
tampoco privadas. Este estatus jurídico las hacía presas fáciles de los
caprichos, veleidades, ensueños, cuando no corrupciones, de las oligarquías
políticas y económicas, provinciales y regionales.
En
los momentos actuales, el Gobierno proyecta una nueva reforma (debe de ser por
lo menos la cuarta). De nuevo aparecen los artilugios del lenguaje. Por una
parte, se niega la creación de un banco malo, pero, por otro, se habla de la
constitución de múltiples sociedades que acumulen los activos tóxicos de los
bancos (o sea, muchos bancos malos). Eufemísticamente, Guindos los llama
vehículos. En fin llámense como se llamen, lo importante es saber quién va a
asumir las pérdidas, pérdidas que sin duda estarán presentes aun cuando, en un
primer momento, reciban el nombre de préstamos.