Del
BCE, libéranos dómine
Décimo aniversario del Banco Central Europeo
(BCE). En general, todos los comentarios al respecto han sido obsequiosos,
concediéndole una alta calificación. Sin embargo, las razones que se aducen
dejan mucho que desear. Se considera positivo el hecho de que haya mantenido la
independencia, pero precisamente esa es una de las grandes lacras que acompañan
desde sus inicios al BCE. Querer aislar la política monetaria del resto de la
política económica es contradictorio, y construir alrededor de la primera un
cordón sanitario para mantenerla al margen de las presiones sociales,
antidemocrático.
Son dos los graves defectos que enmarcan la
constitución del BCE y que a lo largo de estos diez años se han reflejado en sus actuaciones. El primero,
su teórica y pretendida autonomía, que le hace irresponsable desde el punto de
vista político e independiente de los órganos democráticos y de representación
popular. El segundo, en cierta medida unido al
anterior, radica en el cometido que se le encomienda: exclusivamente el control
de la inflación, desentendiéndose, a diferencia del Federal, del crecimiento y
del empleo. Ello ha conducido a que las actuaciones del BCE se sitúen en una
perspectiva parcial y sesgada.
La política monetaria como parte integrante
de la política económica tiene que moverse en una dinámica equilibrada
considerando diversos objetivos, no solo alternativos sino incluso
contradictorios, de manera que la persecución de uno de ellos no debe
realizarse despreocupándose de los efectos que produce sobre los otros.
Considerar únicamente la inflación prescindiendo de las repercusiones que las
medidas tomadas tienen en el crecimiento va a conducir a decisiones erróneas y
muy perjudiciales.
Las condiciones presentes de los mercados
financieros y la consiguiente desconfianza con que se miran mutuamente las
entidades financieras han originado un diferencial anómalo entre el tipo de
referencia y el euribor (tipo al que se prestan las
entidades financieras entre sí), de manera que la política monetaria aplicada
tiene un efecto más restrictivo del que tendría en condiciones normales, y
mayor quizás del que pretende el propio BCE. En este clima de desconfianza, las
imprudentes palabras de Trichet haciendo referencia a un posible incremento del
tipo de interés en el mes de julio han tenido un resultado demoledor,
alcanzando el euribor un máximo histórico. No resulta
difícil de prever el impacto que va a tener sobre las propias entidades
financieras y sobre el endeudamiento de las familias y empresas, con lo que
habrá que esperar fuertes restricciones de la demanda. ¿Es lógico que a quien
es irresponsable democrática y políticamente se le otorgue el poder de poner
patas arriba toda la economía europea?