Festival
de exenciones fiscales
La semana pasada, en
el VII Encuentro sobre tributación empresarial, se hicieron oír múltiples y
diversas voces. Múltiples y diversas, pero todas de la misma tendencia,
orientadas al mismo fin: rebajar los impuestos a los empresarios y a las clases
altas.
Allí estuvo el
ministro de Hacienda hablando de la nueva ley del mecenazgo. “Un cambio radical
en la filosofía fiscal”, afirmó. Yo, la verdad, no veo el cambio. Es más de lo
mismo. Mayores incentivos fiscales y menor regulación administrativa. “Se trata
–dijo- de impulsar la participación del sector privado en actividades para las
que el Estado no siempre tiene presupuesto”. El Estado no tendrá presupuesto, pero
va a seguir costeándolas, sólo que ahora de una manera indirecta por medio de
exenciones en los impuestos, tanto en el de sociedades como en el IRPF.
Eso sí, el control
se trasladará del sector público al sector privado. Se trata, en el fondo, de
un problema de poder. Las fundaciones y demás instituciones sin fines de lucro
aparente se transforman en un instrumento idóneo para que las fuerzas
económicas y los administradores de las grandes empresas controlen la cultura y
las actividades sociales más dispares. No existe sociedad ni entidad financiera
que se precie que al menos no tenga una fundación.
Estuvieron presentes
también en el Encuentro los representantes de la patronal, urgiendo al Gobierno
a que reduzca el tipo del impuesto de sociedades. El tema es tanto más
llamativo cuanto que el tipo de este tributo ha sido uno de los comodines
utilizados por los numerosos adversarios de la progresividad del IRPF: en la
última reforma fiscal, los seguidores del PP, y ahora, los del PSOE con su
imaginativa y muy novedosa idea del impuesto lineal. El argumento empleado, en
realidad, es simple. Los contribuyentes de rentas altas pueden eludir la
progresividad constituyendo sociedades ficticias. Unos y otros se olvidan del
régimen de trasparencia fiscal, establecido precisamente para evitar el fraude
de ley.
Quien no se olvida
de este régimen es Pich Rosell, presidente del
Registro de economistas asesores fiscales (REAF), que pidió su desaparición con
lo que ya sin ninguna cortapisa ni limitación podríamos convertirnos todos en
sociedades y tributar como tales. Y, puestos a pedir, Pich
demandó también que el impuesto de actividades económicas sea deducible en la
cuota del impuesto, eliminándose así el gravamen para los empresarios y
trasladando su coste al Estado que es rico y carece de necesidades en materia
social. ¿Pero por qué no, si el PP prometió su supresión?
Tampoco podían
faltar los representantes de los partidos políticos, los de derechas, claro,
aunque lo cierto es que apenas quedan de izquierdas. Estuvo Germa
Bel, portavoz de Hacienda del PSOE, encantado de haberse conocido, encantado,
según dijo, del revuelo que se ha formado por la propuesta de su partido de
aplicar un tipo único en el IRPF. Ironizó con el hecho de que el “PP va ya por
tres y bajando”. Por lo visto le parece gracioso que, gracias a su genial
ocurrencia, el Gobierno se haya legitimado para acometer toda clase de
desafueros fiscales. Y, ¡cómo no!, recurrió a la tesis de que capital y trabajo
deben tener el mismo trato fiscal, tesis sin duda justa a no ser porque Bel se
olvida de que fue el Gobierno del PSOE el primero que las discriminó en la
reforma de 1991, y, sobre todo, porque lo que ahora proponen no es corregir el
desaguisado en las rentas de capital, sino extender el abuso a las rentas de
trabajo.
Y también hablaron Heribert Padrol, portavoz de
Economía de CiU, y Jordi de Juan, portavoz de Hacienda del PP, ambos pasando al
PSOE por la izquierda y proclamando que lo del impuesto lineal no es de recibo.
La postura del partido socialista les permite hacerse los moderados, al tiempo
que planifican las medidas más reaccionarias: mayores desgravaciones para los
fondos de pensiones, reducción de tipos marginales, disminución del número de
tramos, ventajas fiscales para los incrementos patrimoniales, etcétera.
En
fin, que este VII Encuentro fue, supongo que como los anteriores, un festival
orgiástico de exenciones, desgravaciones y reducciones impositivas. Abajo el
gravamen y la Hacienda Pública, sobre todo para los empresarios y para los contribuyentes
de rentas altas. Los otros, qué remedio, tendrán que seguir pagando impuestos.