Pacto
antisocial
Sólo
el grado de impostura al que ha llegado la política española puede explicar que
se haya comparado los Pactos de la Moncloa con ese engendro de acuerdo
últimamente improvisado. No es que yo haya sido nunca un devoto de aquellos,
pero hay que reconocer que tenían entidad, cosa de la que carece el que se
acaba de firmar, puesto que todo se reduce a proyectar una bajada de las
pensiones públicas. Bueno, hay algo más, lo que llaman
“políticas activas de empleo” y que en realidad se concreta como siempre en
reducir las cotizaciones sociales. No deja de ser contradictorio que, al tiempo
que se afirma la necesidad de disminuir las pensiones, se opte una vez más por
bajar las cotizaciones.
Nunca
he entendido por qué se denominan políticas activas de empleo aquellas que
pretenden favorecer la contratación mediante ayudas y beneficios a los
empresarios, y políticas pasivas a las que se centran en pagar prestaciones o
subsidios a los parados, porque cuando la crisis está ocasionada, como en la
actualidad, por una contracción de la demanda, las medidas que pueden inducir
al crecimiento, y por lo tanto al empleo, pasan por propiciar el consumo, y
ningún colectivo tienen mayor propensión a consumir que los parados. Por el
contrario, actuar del lado de la oferta incentivando a los empresarios servirá
de muy poco, ya que no invertirán ni crearán puestos de trabajo si no hay
demanda. Las exenciones fiscales o una bajada de cotizaciones valdrán
únicamente para que las empresas aumenten los beneficios, sin que el volumen de
contratación se incremente. Paradójicamente, las políticas más activas para
crear empleo son las que se llaman pasivas.
El
deseo de que el pacto se extendiese a otros terrenos, además del de las
pensiones, ha podido tener su causa en la pretensión de los sindicatos de
justificar su apoyo a un proyecto tan sumamente injusto y antisocial. Desde
luego, resulta difícil explicar su firma y su aquiescencia. Los dirigentes
sindicales deberían reflexionar acerca de por qué los que ayer les denigraban y
les dedicaban todo tipo de insultos ahora los tachan de responsables, juiciosos
e incluso, si llega el caso, de “hombres de Estado”. Tal vez debieran recordar
la anécdota que se cuenta de Augusto Bebel, uno de
los padres de la socialdemocracia alemana. Cierto día, cuando era ya mayor, el
gobierno y ciertos periódicos gubernamentales, que acostumbraban a ponerle
verde, se deshicieron en abundantes lisonjas. Profundamente extrañado exclamó:
“¡Ah, viejo Bebel, viejo Bebel!,
¿qué tontería habrás hecho para que esta gente te alabe?”.
Hay
quien afirma que las organizaciones sindicales estaban contra las cuerdas y
sumamente debilitadas, y que la única forma de salvar los muebles era firmando
el acuerdo. Discrepo. Tal vez hayan ganado el respeto institucional, pero tal
consideración durará en tanto en cuanto hagan la voluntad de quienes les alaban
y desaparecerá tan pronto como contradigan sus intereses e intenciones. Por
otra parte, es bastante posible que hayan perdido poder de convocatoria entre
los trabajadores, de manera que cuando pretendan movilizar a sus bases nadie
les haga caso.
El
signo de los acuerdos y medidas que se están adoptando queda bastante claro
cuando reciben los parabienes y felicitaciones de Merkel,
Sarkozy y Botín. Hemos recorrido un camino muy largo
para terminar asumiendo casi todas las pretensiones de la patronal y de la
derecha más extrema. A Díaz Ferrán le llovieron las
críticas cuando afirmó aquello de que había que trabajar más y cobrar menos. Parece
que no iba tan descaminado. En una cosa, sin embargo, se equivocó, lo de
trabajar más sólo vale para los que conserven su empleo.