Promesas
electorales
No tengo nada en contra de las promesas que los
partidos suelen formalizar ante la proximidad de cualquier comicio.
Hay quienes se indignan con ellas y las consideran una plaga, tildando de
electoralismo tal comportamiento. Pero, qué otra cosa tiene que hacer en
campaña una formación política. Permanentemente, los distintos grupos de
presión económica apremian a los gobiernos con sus reivindicaciones. Por el
contrario, sólo una vez cada cuatro años son los ciudadanos los que tienen tal
privilegio, y los políticos se ven en la necesidad de someterse a su veredicto.
Me parecen bien las promesas electorales, siempre
que sean realistas y no contradictorias entre sí. En realidad, toda medida
puede ser factible con tal de que se esté dispuesto a pagar el precio adecuado
y de que se plantee en un plazo suficiente para llevarla a cabo. Más difícil es
lograr la coherencia. Es decir, que en un programa electoral no se propongan al
mismo tiempo medidas contradictorias.
Nada que
objetar a que el PSOE, a la hora de aprobar su programa electoral, haya
extendido el plazo de una a dos legislaturas para alcanzar su objetivo de
equiparar nuestro país a la media europea en el porcentaje de PIB que se dedica
a gastos sociales. El objetivo es tan ambicioso que ocho años me parece un
periodo razonable. Es más, me daría con un canto en los dientes si
efectivamente tal meta se lograse en ese lapso de tiempo.
El objetivo es tan ambicioso como grande es el
diferencial que en estos momentos nos separa de la media europea, siete puntos
de PIB. Para que esa cifra nos diga algo, traduzcámosla a pesetas. Más de siete
billones. Es decir, que tal equiparación exigiría dedicar a protección social
todos los años siete billones de pesetas más. En ocho años, sin duda, el objetivo
puede ser alcanzable. Todo depende de la contrapartida que se establezca, y ahí
es donde comienzan las contradicciones. Porque esa promesa electoral tan
encomiable del partido socialista no es coherente con el programa fiscal que
plantea, pretendiendo mantener constante la presión fiscal. Los siete puntos de
PIB que mantenemos de diferencia en gastos sociales con la media europea
cuadran prácticamente al céntimo con los siete puntos de menor presión fiscal.
En política
y en economía, que casi siempre es también política, hay que elegir. Lo que no
se puede es querer todo al mismo tiempo. En la mayoría de las ocasiones se
miente cuando se afirma que algo no es posible. Lo que en realidad se quiere
indicar es que no se está dispuesto a pagar el precio oportuno. Podemos, como
ha hecho el PP, reducir los impuestos, pero la contrapartida es -por mucho que con sus malabarismos verbales el
portavoz del Gobierno nos quiera convencer de lo contrario- que la brecha en materia social con respecto a
Europa no sólo no se acorta sino que se agranda, casi dos puntos del PIB.
Para que la promesa del PSOE de
equipararnos en materia de protección social a la media de Europa sea realista,
para que nos la creamos, no basta con dilatar su consecución a ocho años, debe
cambiar radicalmente su programa fiscal. De lo contrario, únicamente cabe
pensar que es una milonga más destinada a no ser cumplida, y que lo de las dos
legislaturas es simplemente un modo de evadirse para poder decir siempre que se
cumplirá en la próxima. El problema es que la próxima nunca llega.