La
desmesura del BCE
El Banco Central
Europeo ha sido uno de los más reticentes en aplicar durante la recesión una
política monetaria expansiva. Hay que recordar que aun en Agosto de 2008,
cuando las dificultades económicas eran ya un hecho evidente, elevó los tipos
de interés. Sólo la postura decidida de la Reserva Federal le arrastró a
reducirlos —en todo caso, más altos siempre que los de EEUU—, y a ir
incrementando progresivamente las facilidades crediticias a la banca. Fue de
los últimos bancos centrales en hacer un paréntesis en la ortodoxia y ahora es
el primero en anunciar que la fiesta del crédito se ha terminado.
Trichet, el jueves
pasado, si bien mantuvo los tipos de interés, anunció que se van a ir retirando
en un futuro inmediato las dotaciones extraordinarias de crédito. Aunque a
remolque de la Reserva Federal, el BCE ha venido facilitando a la banca grandes
cantidades de dinero en condiciones muy ventajosas. No obstante, la liquidez no
ha llegado con fluidez a los particulares. En algunos casos, porque las
entidades financieras la necesitan para disfrazar las situaciones de
insolvencia en los créditos que tienen concedidos; pero en otras porque
prefieren prestar a los Estados que precisan endeudarse para las operaciones de
rescate de los bancos y para los planes de estímulo de la economía.
Se da así la
paradoja de que el BCE preste a la banca, para que ésta a su vez preste al
Estado, para que a su vez rescate a los bancos en dificultades. Consecuencia,
la banca gana por partida doble. Por una parte, se libera de sus pérdidas y,
por otra, obtiene un suculento beneficio de operaciones sin riesgo, intermediar
entre el BCE y los Estados nacionales. Y los contribuyentes pierden también por
doble motivo. Asumen el coste de las insolvencias de las entidades financieras
y se financian a un coste mayor que el que cobra el BCE. Todo ello tiene una
explicación: el diseño absurdo bajo el que se ha construido la Unión Monetaria,
según el cual el BCE no puede prestar a los Estados, con lo que debe conceder
créditos exclusivamente a los bancos para que sean ellos los que presten a los
países miembros.
Las contradicciones
de la UM se manifiestan también en la política extremadamente conservadora que
bajo el patrocinio del Bundesbank aplica siempre el BCE. Incluso cuando la
crisis está lejos de superarse y sin que exista ninguna tensión inflacionista
en el horizonte, más bien todo lo contrario, ya está hablando de restricciones
crediticias. Tal política sólo puede tener un efecto, que el euro continúe
apreciándose frente al dólar y, lo que aún es más grave, frente a China y demás
países asiáticos que están anclados al dólar y no permiten que esta moneda se
deprecie frente a sus divisas. Tal política quizás sea buena para Alemania,
aunque lo dudo, pero desde luego puede tener efectos muy negativos para España,
Grecia y Portugal, e incluso para Italia y para Francia. ¿Pero cómo hacer una
política monetaria común para países tan diferentes y con saldos tan contrarios
en sus balanzas de pagos?