Apoyo
del PP a los presupuestos
No hace mucho escribía en estas
páginas que el nacionalismo con una reivindicación es como una jauría de perros
con muchas latas atadas a la cola. Lo peor es que, a fuerza de agitar las
latas, terminamos aceptando su lenguaje que, como todo lenguaje, no tiene nada
de inocente. Por poner un ejemplo, el otro día, a propósito del reto de
Ibarretxe de acudir al tribunal de Estrasburgo, el ministro del Interior
manifestaba con agudeza que lo que pretendían los nacionalistas era explotar el
victimismo haciendo parecer que los vascos son perseguidos por los españoles.
Sin embargo cometía un lapsus linguae imperdonable, y eso que sin duda
es el más avispado del Ejecutivo. Debería haber dicho por “el resto de los
españoles”, de lo contrario, da a entender que los vascos no son españoles.
Porque ahí radica el
quid de la cuestión, en el todo y en la parte. El nacionalismo no está
dispuesto a reconocerse como parte de un todo más amplio en el que existen
otras partes con los mismos derechos. Y es esta negativa nacionalista la que no
es posible asumir porque sería entrar de lleno en su dinámica. Establecer la
bilateralidad en la financiación autonómica es precisamente el mayor error del
Estatuto de Cataluña. Se ha instaurado un principio de nefastas consecuencias
para el futuro, no sólo porque será de difícil aplicación, tal como se está
demostrando, sino porque el resto de las Autonomías no pueden aceptarlo.
No vale afirmar, tal como hacen los muchos
comentaristas, voceros botafumeiro del Gobierno, que no hay nada nuevo en esta
perspectiva, porque siempre se han celebrado negociaciones bilaterales entre el
gobierno central y los catalanes. No vale porque una cosa es lo que se hace
bajo la mesa y otra muy distinta lo que se aprueba de forma oficial y solemne.
Es cierto que esa bilateralidad siempre ha
existido con Cataluña y con otras muchas Autonomías. Quizás más con Cataluña y
el País Vasco, dado el papel privilegiado de árbitros que la ley electoral
concede a los nacionalistas en cuanto el gobierno no tiene mayoría absoluta, y
que no dudan en utilizar a efectos de conseguir ventajas económicas. Pero no es
menos cierto que todo ello se reducía a conversaciones informales y que el
sistema de financiación se acordaba oficialmente y se le daba eficacia
jurídica, como no podía ser de otra manera, en el Consejo de Política Fiscal
con el consenso de todas las Comunidades, o al menos de la mayoría de ellas.
La prueba de que la bilateralidad se
configura como un pilar fundamental de la doctrina nacionalista es la dura
reacción del catalanismo ante la reciente intervención en el Congreso del
vicepresidente económico del Gobierno. Y es que tocó la línea de flotación de
sus posiciones: "El sistema debe ser único para todas las Comunidades Autónomas",
"Cataluña no es la primera ni la segunda ni seguramente la tercera de las
Autonomías con más dificultades de financiación".
El consenso en
materia presupuestaria entre los dos grandes partidos posibilitaría que la
financiación de las Autonomías se realizase con toda la generosidad que se
quisiese, pero sobre parámetros objetivos y equitativos libremente pactados
entre todas las comunidades, sin sufrir el chantaje de algunas de ellas. La
ayuda parlamentaria del PP en los presupuestos, aunque fuese al modo en que los
abertzales prestan votos al PNV cuando los necesita, no impediría a los
populares seguir realizando la oposición y la crítica al Gobierno. La necesidad
de sus votos sería el signo más claro del desaguisado cometido en la
legislatura pasada por el presidente del Gobierno en política territorial.