El
gran inquisidor
Tras
Hasta el dos de noviembre era factible
distinguir entre
Estos días los medios de comunicación se han
hartado de repetir que los americanos en estos comicios han votado
mayoritariamente dejándose guiar por los valores morales. Qué paradoja. Será
más bien por los antivalores morales. ¿Qué moralidad es ésa que se
siente incómoda ante el matrimonio de los homosexuales, pero contempla
impasible la muerte de miles de niños a causa de los mísiles norteamericanos?
¿De qué valores hablamos? Se oponen a la eutanasia, pero se quedan impávidos
ante el hecho de que cuarenta y cinco millones de ciudadanos carezcan de
cobertura sanitaria y puedan morir sin asistencia médica en cualquier esquina.
Sólo el miedo, un miedo patológico,
enfermizo, el que paraliza e impulsa a las sociedades a generar todo tipo de
fascismo, puede explicar el resultado de las elecciones de EEUU. Muchos
millones de americanos estuvieron dispuestos a vender su alma a cambio de
seguridad y en su paranoia siguieron al que con menos pudor y sin matices se
Una vez más, se repite la leyenda del Gran
Inquisidor en la que muchos años atrás Dostoievski plasmó con tanta precisión
los mecanismos pulsionales que están detrás de cualquier fundamentalismo
religioso o de cualquier fascismo político. En Sevilla, en el siglo XVI, las
turbas arrojan a los pies del Inquisidor mayor su libertad rogándole que les
libere de carga tan pesada e insoportable. A cambio sólo quieren seguridad,
física pero principalmente intelectual, certeza. Muchos Estados de Norteamérica
acaban de reinterpretar la función ante el comandante en jefe. Es el miedo a la
libertad en el que Eric Fromm supo ver los fundamentos psicológicos del
nazismo. La mediocridad personal se escuda en el nacionalismo. Uno se siente
importante tan sólo porque pertenece a una nación importante. La existencia
vulgar y vacía cobra sentido al formar parte de una idea trascendente y etérea.
El miedo a lo desconocido, la desconfianza
hacia lo extraño, hacia el extranjero; predicar del otro, constituido en eje
del mal, los instintos agresivos propios; atacar para que no me ataquen, guerra
preventiva, estado de guerra permanente; sumisión total al caudillo, exaltación
del líder fuerte y descerebrado; considerarse imbuidos de una misión universal
e histórica, Dios salve a América; todos, todos ellos son elementos demasiado
conocidos y constituyen el terreno abonado en el que han germinado multitud de
sistemas autoritarios y tiránicos.
Con buena intención sin duda, múltiples
voces han clamado durante los últimos días que estos parámetros no son aplicables a la totalidad de la sociedad
americana. Que casi la mitad de ella ha optado por Kerry en los comicios
electorales. Tienen razón, pero se les olvida decir que para conseguir tal
cantidad de votos el candidato demócrata ha tenido que emular gestas heroicas,
disfrazarse de lo que tal vez no era, revestirse de católico fervoroso y
ortodoxo, vanagloriarse de sus cruces y combates en Vietnam, exhibirse de
entusiasta cazador y amante de las armas de fuego e intentar por todos los
medios rivalizar con Bush en agresividad, fanatismo y arrogancia. No es lícito
dudar de que en EEUU habrá muchas y honrosas excepciones, pero tampoco parece
descabellado pensar que la sociedad americana se adentra mayoritaria y
progresivamente por un camino que tiene claras connotaciones fascistas y que su
imperialismo terrorista constituyen hoy el mayor riesgo para la paz y la
justicia mundiales.