Alemania no es el alumno aplicado
El
cinismo de los organismos europeos parece no tener límites. El comisario de
Economía de la Eurozona, Olli Rehn,
se ha manifestado sorprendido por las cifras de paro que sufre la sociedad
española y ha pedido a nuestro Gobierno que alivie estos insoportables niveles
de desempleo, como si la organización a la que pertenece no tuviera nada que
ver en esta lacra y como si no hubiera sido precisamente la política impuesta
por la Comisión, el BCE y Alemania la responsable en buena medida de que tales
cifras se hayan disparado. Resulta que ahora se dan cuenta. El FMI, por su
parte, ya se percató con anterioridad asumiendo su equivocación en el cálculo
de los multiplicadores y, por lo tanto, en el efecto que las medidas de ajuste
iban a tener sobre la actividad económica. El comisario de Economía se asombra
ahora, pero, no obstante, tanto el BCE como Alemania y como la misma Comisión
continúan en sus trece.
Son
muchas las voces que desde Alemania emplean una argumentación en extremo
simplista a la hora de explicar la aversión que contra este país se está
generando en la mayoría de la Eurozona. Es pura envidia, dicen, la misma que
despiertan los niños aplicados de un colegio en todos los demás alumnos. Al
mismo tiempo, en actitud comprensiva se dirigen a los otros países para
subrayar que ellos ya hicieron en el pasado los mismos ajustes y reformas que
ahora exigen a los demás.
Hay en
este planteamiento un punto de verdad, pero tan solo un punto. Es cierto que,
paradójicamente, el partido socialista alemán, con Schröder
a la cabeza, instrumentó todo un plan de recortes sociales al que llamó “Agenda
2010”, y que muchos alemanes están ahora pagando. Es también cierto que,
gracias a esta política tan antisocial, Alemania consiguió ganar posiciones
competitivas frente a la mayoría de los países de la Eurozona y a través del
superávit de su balanza de pagos crecer económicamente y solucionar sus
problemas de financiación; pero precisamente todo eso solo ha sido posible
porque los otros países no aplicaron la misma política, ya que, de lo
contrario, los efectos se hubiesen neutralizado, ninguno hubiese ganado
competitividad y, eso sí, las sociedades se hubieran hecho más desiguales. Es
más, de no estar constituida la Unión Monetaria, el resto de Estados podrían
haber compensado la política darwinista de la economía alemana con la simple
depreciación de su moneda.
El
discurso de Merkel y de los sabios alemanes empeñados
en que todos los países sigan el ejemplo de Alemania es claramente
contradictorio. Si las políticas de austeridad y las medidas antisociales se
generalizan a toda la Eurozona (incluyendo a Francia y a Italia), el resultado
no puede ser más que la recesión y el incremento de la desigualdad. El
crecimiento de la economía alemana está basado en las exportaciones y en el
superávit de su balanza de pagos o, lo que es lo mismo, en el déficit de la
balanza de pagos de los demás. Lo que Alemania no quiere entender es que
superávit y déficit son términos correlativos. Un país no puede tener superávit
en su balanza de pagos a no ser que otros países tengan déficit. La relativa
bonanza de Alemania tiene su contrapartida en las dificultades económicas del
resto de los países de la Eurozona. Situación que a medio plazo no se puede
mantener y que está conduciendo al estancamiento económico de toda la Unión
Monetaria, situación que podría empeorar si Francia entrara por la senda de la
austeridad.
Podría
alegarse que lo que se pretende es lograr un cuantioso excedente en la balanza
de pagos global de la Eurozona frente a los países exteriores, es decir,
conseguir el crecimiento de todas las economías de la zona euro a base de
incrementar las exportaciones al resto del mundo y del empobrecimiento, por
tanto, de los terceros países. Pero estos planteamientos también son falaces.
Primero, porque es de suponer que de darse tal situación, el resto de países
reaccionaría. Pero, segundo y más importante, porque la política implantada por
Alemania y el BCE camina en otra dirección. Propician y mantienen un euro
fuerte, de tal manera que desde su creación esta moneda se ha apreciado frente
a la mayoría de las divisas, dejando en papel mojado (“derretir como la nieve”,
en palabras de Merkel) todos los programas de
austeridad instrumentados en la Europa del Sur. La presunta competitividad
ganada por los países de la Eurozona frente a los terceros países debido a la
reducción de salarios y a los ajustes presupuestarios se pierde con creces vía
tipo de cambio.
La
competitividad de los Estados constituye un sistema de suma cero. Si un país es
más competitivo es porque otro lo es menos. Todas las economías no pueden ser
más competitivas simultáneamente. Carece absolutamente de sentido, en consecuencia,
plantear el problema económico de la Unión Monetaria desde la óptica de la
ejemplaridad, y dividir a los Estados en aquellos que han hecho los deberes y
los que no. El crecimiento económico no puede basarse en robar un trozo de
pastel al vecino sino en agrandar la tarta, y ello únicamente puede conseguirse
estimulando la demanda interna de todos y cada uno de los países.
Este
análisis, no obstante, puede tener un error de base. Y es que tal vez ni Merkel, ni Draghi, ni los altos
cargos de la Comisión estén interesados en agrandar la tarta, sino tan solo en
incrementar la parte de ella que va destinada a las fuerzas económicas y
financieras, al capital, en detrimento de las retribuciones de los trabajadores
y de las rentas correspondientes a las clases bajas de todos los países; y eso
sí lo están consiguiendo de manera bastante perfecta, desde luego. Los
programas de austeridad, tanto en Alemania como en los otros países, solo son
tales para la mayoría de la población, pero existe una minoría bastante extensa
que resulta muy beneficiada. Las clases económicas y empresariales están
obteniendo cambios notables en la correlación de fuerzas, y logrando retrocesos
trascendentales hacia el capitalismo salvaje del siglo XIX.