La
teoría económica del 15-M
Las
clases dominantes y sus intelectuales orgánicos (la mayoría de los economistas)
poseen una capacidad ilimitada para manipular la realidad y transformar los ataques
dirigidos a destruir sus privilegios en castillos para su defensa. Así está
ocurriendo con la crisis económica actual. Cuando parecía evidente que esta
dejaba al descubierto las deficiencias de la ortodoxia imperante y la
necesidad, por tanto, de replantearse los dogmas y fundamentos del sistema
(“refundar el capitalismo”, llegó a decir Sarkozy), lejos de eso, el sistema se
enroca más y más y avanza en la línea más dura. No son los dogmas del
neoliberalismo económico los que se están revisando sino que, muy al contrario,
se dan dos o tres vueltas más de tuerca para la destrucción del Estado social.
Un
peligro parecido amenaza al movimiento 15-M. En el diario El País (suplemento
de Negocios) del pasado domingo 3 junio se publicó un artículo titulado “La
teoría económica del 15-M”. Don Ángel Ubide, que firma como investigador
visitante del Peterson Institute for
International Economics en Washington, nos ofrece una
interpretación del movimiento la mar de original. Comienza poniendo como uno de
los mayores ejemplos de hipocresía la famosa frase del capitán Renault en la
película de Casablanca, "Estoy sorprendido, sorprendido al descubrir que
se juega en este local", y a este tartufismo
equipara la actitud de los que se han sorprendido de la indignación mostrada en
las principales ciudades de este país por los manifestantes del 15-M. Hasta
aquí todo correcto.
El
problema surge cuando comienza a explicar las razones de la protesta, porque me
temo que es precisamente su artículo el que puede equipararse a la postura
mostrada por el capitán Renault. La mayoría, por no decir la totalidad, de los
que estos días se han manifestado rechazarían de plano los planteamientos del
señor Ubide. Comienza reduciendo la contestación a un movimiento juvenil,
cuando en él han participado personas de todas las edades; y si es verdad que,
en proporción, ha sido mayor el número de jóvenes, especialmente según iban
transcurriendo los días, se debe tan solo a que en líneas generales se
encuentran más libres y son más proclives a este tipo de actuaciones. No
obstante, la simpatía que mayoritariamente han despertado en la sociedad
muestra bien a las claras que sus demandas eran generales y que muchos (de
todas las edades) de los que estaban ausentes de la Puerta del sol o de la Plaza
de Cataluña se sentían representados en sus reivindicaciones por los que allí
se concentraban.
Para el
señor Ubide todo el problema radica en una gran
injusticia intergeneracional, ya que los culpables de que el paro juvenil
alcance casi el 50 por ciento son los trabajadores que aún continúan empleados.
Los cinco millones de parados deberían repartirse de forma más equitativa entre
todas las edades. Son curiosas las artimañas que en la actualidad nos
inventamos para encubrir los enfrentamientos entre las clases sociales. En su
lugar, manejamos la lucha de sexos, de regiones o incluso entre los distintos
grupos de trabajadores. Así se hace pasar a los empleados públicos por
privilegiados y se les enfrenta a los del sector privado. Se contraponen los
intereses de los parados a los de los ocupados. Este fue el argumento que en su
día se utilizó para flexibilizar el mercado laboral creando más y más tipos
diferentes de contratos temporales. Desde hace algunos años, se pretende
enfrentar a los trabajadores temporales con los indefinidos propagando la tesis
de que la causa de la precariedad se encuentra en la elevada indemnización por
despido.
Para el
señor Ubide la protesta del 15-M no es contra una
democracia fantasmagórica, convertida en farsa, ni por una fraudulenta ley
electoral. Los indignados, en su opinión, no están en contra de la libre
circulación de capitales que convierte a los mercados (léase los dueños del
dinero) en dictadores y tiranos de
Según el
señor investigador visitante, estos chicos tienen razón. Hay que dar respuesta
a las reivindicaciones del 15-M. Para él la solución es clara: flexibilicemos
(desregularicemos) aún más el mercado laboral, abaratemos de nuevo el despido,
creemos un tipo único de contrato, es decir, convirtamos todos los contratos en
temporales. Hay que reducir aún más los salarios y para ello nada mejor que ir
a convenios de empresa y eliminar la
llamada ultraactividad de estos, algo tan extraño y
deplorable como pretender que si no se firma un nuevo acuerdo permanezcan los
anteriores. ¡Qué normativa más injusta! Con lo bien que les vendría a los
empresarios que tan solo con plantarse y no firmar ningún nuevo convenio
desapareciese todo lo anteriormente pactado y los trabajadores quedasen en la
cuerda floja.
Supongo
que la mayoría de los miembros y manifestantes del 15-M no habrán leído el
interesante artículo del señor Ubide. Menos mal, porque si no a más de uno le
habría dado un infarto. No es fácil superar el récord conseguido en retorcer la
realidad, convertir el 15-M en una proclama de las reivindicaciones
empresariales. ¡Qué asesor ha perdido Luis XVI. De
haber vivido en esa época el señor Ubide hubiese transformado