La abstención en Europa

Es habitual que desde los medios de comunicación se intente explicar la baja participación que suele darse en los comicios europeos por la deficiente comunicación de los políticos. Se mantiene que no saben explicar bien qué es la Unión Europea y que por ello los ciudadanos “pasan”. Hay, se dice, una carencia de información. No sé si tal carencia se produce, pero, sin embargo, estoy seguro de que si el conocimiento de la población fuese mayor, sería aún mayor la abstención.

Una más preclara conciencia de lo que en el fondo es la Unión Europea y de los déficit de toda índole que acumula conduciría a una opinión mucho más negativa de la ciudadanía, opinión que, en los momentos actuales, está distorsionada en muchos casos por un discurso romántico que nada tiene que ver con la realidad: una simple unión mercantil y monetaria de la que se encuentran ausentes, casi en su totalidad, los elementos políticos, sociales y de cohesión.

A pesar de haber cambiado el nombre, la Unión Europea continúa siendo sólo mercado, mercado común, como antes se denominaba, junto con aquellos elementos necesarios para que el mercado funcione, como la libre circulación de capitales y la moneda única, pero carente de todo substrato político compensatorio, por lo que su diseño se convierte en el paradigma más claro del neoliberalismo económico.

Europa no sólo carece de una verdadera estructura  política y democrática, sino también de unas finanzas públicas que puedan recibir tal nombre. El presupuesto es ridículo y está distorsionado por la política agrícola. Se carece de impuestos europeos y ni siquiera se ha logrado armonizar los sistemas fiscales de los Estados, en especial los tributos directos. Tampoco existe la menor intención de armonizar la legislación laboral y social.

Si quedaba alguna duda de la deformación congénita de la Unión Europea, la actual crisis ha venido a despejarla, al mostrar su incapacidad para dar una respuesta unitaria. Si en EEUU tanto la Reserva Federal como el Tesoro han reaccionado con rapidez, en Europa esta actuación es imposible debido a la falta de una Hacienda Pública común y, si bien existe el Banco Central Europeo, este carece de las funciones clásicas de estas instituciones como la de ser garante, en última instancia, de los otros bancos. De este modo, tanto las operaciones de salvamento de las entidades financieras como la política fiscal expansiva de reactivación han tenido que ser asumidas por los Estados miembros, que además reaccionaron de forma dispar, ya que no fue posible el acuerdo sobre las actuaciones adecuadas para afrontar la crisis.

La carencia de una respuesta global tiene tanta más importancia por cuanto Europa sí ha creado un mercado global y ha integrado los aspectos financieros y monetarios. Por fuerzan tenían que surgir las contradicciones. Cada Estado debe respaldar sus entidades financieras, pero dado el volumen de muchas de ellas y su extensión internacional hace imposible para algunos países que su respaldo sea creíble. En caso de retirada masiva de los depósitos habría Estados de reducido tamaño que no podrían sostener a sus bancos.

Por otro lado el sacrosanto principio liberal de la competencia y de la igualdad de oportunidades se quiebra desde el momento en que las ayudas son distintas tanto por diferentes circunstancias de los receptores como de los países que las conceden. Durante todo este tiempo la Comisión se ha dedicado, como tarea principal, a perseguir las ayudas de Estado; pues bien, ahora tiene que hacer la vista gorda no sólo por los enormes recursos que se canalizan a las entidades financieras, sino también a otros sectores como el del automóvil. Los gobiernos se han apresurado a condenar las prácticas proteccionistas, pero al mismo tiempo todos se ven obligados a practicarlas de una o de otra manera.

¿Y qué decir del memorable pacto de estabilidad?. ¿Dónde queda ese venerado 3% que bajo ningún pretexto podía sobrepasar el déficit público?. El principio se rompió ya cuando Alemania y Francia se vieron en dificultades, demostrándose así que la norma sólo contaba para países de segundo orden, como Portugal, pero que no regía para los líderes. Ahora, lo que había que preguntarse más bien es qué país va a cumplir la norma de que su déficit se mantenga por debajo del 3%.

¿Qué va a quedar de la Unión Europea después de la crisis?. Difícil es anticiparlo. Por una parte, resulta evidente que su credibilidad quedará muy dañada en la opinión pública. Pero, por otra, las fuerzas económicas y políticas parecen dispuestas a mantener contra viento y marea la integración mercantil y financiera, importándoles poco la desafección de los ciudadanos. ¿Hasta cuándo podrán soportar las contradicciones del proyecto?. ¿Hasta cuándo podrán mirar para otro lado y fingir que no se han enterado de lo que piensa la sociedad?.